Friday, April 30, 2021

2 de mayo de 2021 - el quinto domingo de Pascua - Juan 15,1-8

     El domingo pasado, el cuarto domingo de Pascua, escuchamos a Jesús proclamando: “Yo soy el buen pastor.” Jesucristo como Buen Pastor conoce a su rebaño y su rebaño lo conoce a él; está dispuesto a dar su vida por su rebaño. En el antiguo Israel, donde los pastores y las ovejas eran común, Jesús hablaba con palabras que las multitudes entendían. La imagen de Jesucristo como el Buen Pastor es una imagen que conocemos tan bien como seguidores de Cristo. Es una imagen tan querida que nuestro programa de doctrina para los niños se llama Catequesis del Buen Pastor.  En el evangelio, Jesús afirma que él es la vid verdadera y que nosotros somos los sarmientos, que si permanecemos conectados a él, seremos capaces de dar fruto abundante como discípulos suyos.  La parábola de la vid y los sarmientos se presenta en el Evangelio de Juan como un discurso que Jesús da a sus discípulos antes de estar arrestado y antes de su muerte en la cruz. De hecho, esta parábola puede verse como una explicación del discipulado.  Esta parábola nos habla de la relación entre Jesús, su padre y sus discípulos.  También podemos ver la vid y los sarmientos cómo algo análogo al pueblo de Israel, ya que Israel no había sido perfecto ni fiel a Dios, pero Israel continuó siendo nutrido, porque Dios tiene mucho amor por su pueblo.  Y Dios le dio al pueblo de Israel una nueva viña en su hijo.

     Podemos ver la parábola de la vid y las ramas en el contexto de nuestro mundo moderno dónde debemos tomar decisiones difíciles todos los días.  De las opciones que se nos presentan, algunas nos mantendrán en el camino correcto mientras que otras nos desviarán.  Con la llegada de las redes sociales, los teléfonos móviles, el internet y la tecnología que pone todo ante nuestros ojos, esto puede aumentar el desafío.  ¿Podemos dejar de enviar mensajes de texto o dejar de jugar videojuegos para hacer tiempo para la oración y para tener tiempo para conversar con Jesucristo?  Todo esto ejerce presión sobre nuestra vida de fe.  Puede cortar la rama de la vid.  Puede desconectarnos de Jesucristo. Podemos ser atraídos lejos de nuestra conexión con él.

     Como parte del programa de grupos pequeños que algunos de nosotros estamos comenzando aquí en St Jude, hay una autoevaluación que se alinea con las características que son esenciales para el discipulado.  La primera característica tiene su fundación en nuestra identidad como hijo de Dios.  Recibimos esta identidad en el bautismo.  La verdad de esta identidad sienta la fundación para que podamos tomar nuestras decisiones más importantes en la vida, viviendo nuestra vocación de discipulado y viviendo nuestro propósito dado por Dios cada día.  Hoy, celebramos la primera comunión de estos niños en nuestra misa.  La eucaristía es central a nuestra identidad como discípulos de Cristo.  Es porque la Iglesia pide que venimos a la misa cada semana. Normalmente, necesitamos venir a la misa cada fin de semana, pero, durante la pandemia, puede venir cualquier día de semana.  Aquí en nuestra parroquia, hay la misa diez veces esta semana. Entonces, hay muchas oportunidades para recibir la eucaristía, el cuerpo y la sangre de Cristo.  Es verdad que no importa cuál sea nuestra vocación o nuestro estado en la vida, como católicos, debemos sentir esta identidad de discipulado.  A través de nuestra identidad como discípulos, estamos conectados con Jesús como la vid está conectada con las ramas.

      Otra característica importante es estar en comunión con otros discípulos.  De hecho, una vida de discipulado no es un viaje que se realiza de forma aislada, sino que está conectada a una comunidad y a la comunión con los demás. Esto significa más que estar rodeado de otros en una comunidad de fe en lugares como la Misa; también significa tener comunión frecuente con amigos en esa comunidad de fe para ayudarnos a crecer en una amistad auténtica donde Jesús es el fundamento y donde hay un deseo mutuo de ayudarnos mutuamente a crecer como discípulos de Cristo.

     Tenemos una conexión fundamental con Cristo en nuestra vida de fe.  Es como la vid y los sarmientos - no podemos existir sin él.  

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