Sunday, February 11, 2018

11 de febrero de 2018 – Marcos 1, 40-45 – homilia del Sexto Domingo del Tiempo Ordinario

     Un leproso viene a Jesús en su humanidad.  El se acerca a Jesús de rodilla para mostrar su humildad. En el mundo antiguo, un leproso es una persona muy separado de la sociedad.  El leproso sufre mucho en el dolor de su enfermedad y en el dolor de su soledad.   En los tiempos de Jesucristo, había la creencia que los leprosos y las otras personas con defectos físicos y enfermedades estaban abandonadas por Dios. En el libro de Levítico, escuchamos sobre las leyes de Israel, sobre la separación de los leprosos en esta sociedad.  La ley dijo que los leprosos no pueden acercarse a las otras personas.  G. Pero, el leproso mira a Jesús – él mira su misericordia y su compasión.  Jesús mira la fe y el corazón de este leproso.  La ley judía dijo que el leproso era intocable, pero Jesús tocó a este hombre intocable.  En los ojos de Dios, en los ojos de Jesús, nadie es intocable, nadie es impuro, nadie es sucio. El amor de Dios y la compasión de Dios quieren tocarnos y sanarnos como Jesús tocó al leproso.
      El valor de este leproso es un ejemplo para nosotros. El rompe las leyes judías que declaraban que él era intocable y en los margines de la sociedad.  El creía en el poder de Jesucristo.  En sus palabras humildes, él le dijo: “Si quieres, Jesús, tu puedes limpiarme.”  El leproso quiere ser limpio – quiere entrar y integrar en la sociedad, en la comunidad, en el culto de la religión.  Y con esta curación, terminó su exilio. 
      ¿Cómo somos nosotros separados de la misericordia y el amor de Jesucristo en nuestro mundo?  ¿Estamos ocupados con la limpieza de nuestro exterior y no importa la limpieza de nuestro corazón?  ¿Tenemos la voluntad para arrodillarnos a Jesús en nuestra humanidad, en nuestra humildad, en nuestra debilidades?  Termino esta homilia con las palabras de Thomas Merton, monje trapista  de los Estados Unidos. El murió en el año 1968.  El sentido de esta oración es pertinente del camino de fe del leproso en el Evangelio de hoy y de nuestro camino de fe también.  

Dios, Señor Mío, no tengo idea de adónde voy.
No veo el camino delante de mí.
No puedo saber con certeza dónde terminará.
Tampoco me conozco realmente, y el hecho de pensar que estoy siguiendo tu voluntad no significa que en realidad lo esté haciendo.
Pero creo que el deseo de agradarte, de hecho te agrada.
Y espero tener ese deseo en todo lo que haga.
Espero que nunca haga algo apartado de ese deseo.
Y sé que si hago esto me llevarás por el camino correcto, aunque yo no me de cuenta de ello.
Por lo tanto, confiaré en ti aunque parezca estar perdido a la sombra de la muerte.
No tendré temor porque estás siempre conmigo, y nunca dejarás que enfrente solo mis peligros.

Amén

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