Saturday, June 7, 2025

8 de junio de 2025 - homilía por la solemnidad de Pentecostés - Actos 2:1-11 - Juan 20:19-23

Este fin de semana celebramos Pentecostés, una celebración del Espíritu Santo y el fin de la temporada de Pascua. En el evangelio de San Juan, escuchamos cómo Jesús se les aparece en el cuarto cerrado mientras están reunidos con temor. Les trae un saludo de paz y les infunde la presencia del Espíritu Santo. Podemos ver este momento de la venida del Espíritu Santo como un momento especial en la vida de la Iglesia. La venida del Espíritu Santo marcó una forma especial de renovación en la vida de estes primeros discípulos. Continuamente, la obra del Espíritu Santo aquí en la tierra renueva también nuestra vida de discipulado.

Como discípulos de Cristo, debemos invitar al Espíritu de Dios a nuestras vidas y corazones. El Espíritu está ahí para darnos esperanza y fuerza en medio de nuestros miedos e inquietudes. En el Evangelio, el aliento vivificante de Cristo refleja el aliento de Dios que dio vida a la raza humana al principio de la creación, tomando el barro de la tierra y haciendo de los seres humanos una creación viviente. Como afirma Jesucristo en el Evangelio, esta morada divina del Espíritu Santo nos da el poder de perdonar y de continuar la misión y el ministerio de Cristo aquí en la tierra. La encarnación del Señor resucitado está presente en nuestra vida de fe, en el cuerpo de Cristo en la Iglesia, y en nuestra misión y ministerio. A través de nuestra misión como Iglesia, mediante el perdón, podemos ayudar al Espíritu Santo a renovar la faz de la tierra.

En un mundo donde abunda la violencia y la división, la celebración de Pentecostés este fin de semana nos da la conexión entre los dones de paz y perdón que recibimos como discípulos de Cristo y la acción del Espíritu Santo. Como Iglesia, estamos llamados a ser la presencia reconciliadora y sanadora de Dios en el mundo. Esta presencia reconciliadora debe ser nuestra forma de vida. En situaciones de conflicto, ira y tensión, debemos ser agentes de paz y armonía.

En otra parte del Evangelio de San Juan, Jesús llama al Espíritu Santo el Paráclito, palabra griega que significa Abogado, Consejero, Consolador, Ayudador o Animador. Quizás no seamos conscientes de cómo el Espíritu Santo trabaja silenciosamente en nosotros y a través de nosotros cada día, entre bastidores, en los acontecimientos y actividades cotidianas de nuestra vida y en la gente que encontramos en el camino. El Espíritu está presente en toda su plenitud dondequiera que la gente adore y ore en el nombre de Jesucristo. Cuando creemos y confiamos en nuestro Señor, tenemos esa fe a través del Espíritu Santo trabajando en nosotros. El Espíritu Santo nos ayuda a alejarnos de nuestros pecados. El Espíritu nos tranquiliza que aún somos amados a pesar de nuestras formas de pecar y de nuestras luchas con la tentación. El Espíritu no teme desafiarnos y hacer más de lo esperado para hacer cosas en nombre de nuestra fe, a veces cosas que nunca antes habíamos hecho o cosas que jamás podríamos imaginar. El Espíritu nos llama a salir de nuestro egocentrismo y a centrarnos en Cristo, para que nuestra fe sea el centro de la vida.

Al llegar este fin de semana a nuestro tiempo de Pascua, que el gozo de nuestra fe y la alegría de Cristo resucitado estén siempre presentes en nuestros corazones y nuestros mentes.

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