El misterio de Dios como Trinidad de tres personas nos sirve de modelo de lo que la comunidad humana puede y debe ser: una comunidad de amor. Así como las tres personas de la Santísima Trinidad están unidas en amor, nosotros, creados a imagen de Dios, estamos llamados a vivir en amor unos con otros. Este amor va más allá de nuestras emociones humanas. Este amor es la vida misma de Dios en nosotros, pues Dios, su esencia misma, es amor, y todo aquel que permanece en amor, permanece en Dios. De las tres virtudes cardinales, que son la fe, la esperanza y el amor, es el amor el que nos hace más semejantes a Dios.
Dios Padre creó el mundo por amor. Dios continúa manteniendo la existencia del mundo gracias a su amor. Jesucristo, el Hijo, vino al mundo por el amor de Dios a la humanidad; Jesús dio su vida en obediencia a Dios Padre como prueba del amor de Dios por la humanidad. El Espíritu Santo, que refleja el amor entre el Padre y el Hijo, anima el mundo y derrama el amor de Dios en nuestros corazones. Cuando amamos sinceramente, manifestamos la presencia de Dios en nuestros corazones.
Aunque describí la Santísima Trinidad como misterio de la fe, la Trinidad no es, ante todo, un concepto teológico que intentemos definir, sino más bien, Dios como una comunidad de personas que estamos invitados a conocer y con la que podemos relacionarnos. Y esa relación no se define por deducción intelectual, sino por la unión orante que podemos tener en Dios. Si bien la teología y la doctrina son partes importantes de la fe, la esencia de Dios está más allá de estos conceptos teológicos.
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