Cuando me preparo para mis homilías, primero, yo miro las lecturas del día, yo trato de reconocer un tema común en ellas. A veces el tema es muy directo y evidente en las lecturas. Otras veces, el tema es más sutil y difícil de encontrar. Si un tema común está contenido en las lecturas de hoy, lo identifico como la hospitalidad y el bienvenido que tenemos como un valor de nuestra fe.
Antes de entrar a la iglesia católica, uno de los católicos que yo admiraba mucho era una americana que se llama Dorothy Day. Escuchaba sobre ella cuando era estudiante en la universidad de Wake Forest en el estado de Carolina del norte. Dorothy Day era periodista que vivía en el mundo secular - la religión o la espiritualidad tenía un papel muy pequeño en su vida antes de su conversión a la iglesia católica. Ella buscaba algo con significado en su vida. Ella encontraba la fe católica a través de su amistad con una monja. En 1933, con su amigo Pedro Maurin, ella fundó el Movimiento de los Trabajadores Católicos y sus casas de hospitalidad - tenían la inspiración en la forma en que los monasterios recibirían a los visitantes y los extranjeros.
D. Todos eran bienvenidos a estas casas de hospitalidad, especialmente los pobres, los oprimidos, los marginados. Ya que estaba en medio de la Gran Depresión en los Estados Unidos - un gran número de personas necesitaban recibir ayuda y una bienvenida en sus vidas. Hoy, muchas años después de su fundación, hay más de 175 casas de hospitalidad en el mundo. Dorothy Day dijo una vez: "Aquellos que no ven el rostro de Cristo en los pobres, son ateos.” Ella también dijo: "Si he logrado algo en mi vida, es porque no he tenido vergüenza de hablar de Dios".
Como la hospitalidad era importante en la vide de fe de Dorothy Day, en nuestra primera lectura, había una recompensa prometida a una mujer muy humilde que dio la bienvenida al profeta Eliseo. La hospitalidad de esta mujer de Sunem presagia la promesa en el Evangelio de hoy, porque él que da la bienvenida a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta”. Qué maravilla hizo esta mujer sunemita para Eliseo en su humilde morada: una pequeña habitación en el techo de la casa, con una cama, una mesa, una silla, incluso una lámpara. Este humilde gesto de hospitalidad, ofrecido simplemente por respeto a un hombre de Dios y sin pensar en alguna recompensa, ell recibió, de hecho, una recompensa maravillosa: el año que viene, ella y su marido, que no tenían hijos, recibirían el don de un niño nacido en su familia. Así también, el Evangelio de hoy nos dice que incluso un regalo tan simple como un vaso de agua fría no pasará desapercibido por el Señor.
La idea de la bienvenida y la hospitalidad es sólo una parte del mensaje del Evangelio de hoy. Tenemos una instrucción desafiante de Jesucristo cuando dice: “él que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí.” Este desafío refleja la situación de los creyentes en la Iglesia Primitiva para quienes la amenaza de persecución era una realidad. Cuando algunos miembros de la familia eran cristianos y algunos no lo eran, la elección entre "preferir" la madre o el padre a la lealtad a Cristo se enfrentó a esos creyentes en su realidad. En los periódicos o en la televisión podemos mirar la persecución de cristianos que existe en el mundo moderno, inclusivo de la reacción contra nuestra fe aquí en los Estados Unidos. Así pues, estas frases en la lectura del Evangelio pueden parecer enigmáticas, pero ciertamente son relevantes para nuestra realidad moderna.
En nuestras metas diocesanas, el término "discípulo intencional" se usa mucho. Entonces, ¿qué es exactamente un discípulo intencional? Es quien escucha y aprende de Jesús, nuestro maestro y nuestro Señor, y luego elige seguir al maestro y aplicar lo que enseña. Un discípulo intencionado tiene la intención de practicar lo que se enseña. El mensaje de San Pablo a los seguidores de Cristo en Roma en la Segunda Lectura destaca el cambio radical que recibimos en las aguas del bautismo: una "muerte" a nuestra existencia viejo, y una muerte al egoísmo y al pecado. Como discípulos bautizados de Cristo, somos criaturas nuevas que pueden vivir a la luz de la resurrección de Cristo. Como discípulos de Cristo, podemos ser verdaderamente discípulos intencionales, en unión con Cristo, en unión con el amor de Cristo, encarnando en los valores de su Buena Nueva.
No comments:
Post a Comment