Hoy, con mucho gozo en nuestros corazones, celebramos la Solemnidad
de la Santísima Trinidad. Antes de enviar sus discípulos
al mundo para ser misioneros del Evangelio, Jesucristo explicó: “Vayan, y hagan
que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo.” Y hoy día, este
mandato es muy claro para nosotros también. El Padre nos dio su Hijo para nuestra salvación,
y ellos nos dan el Espíritu Santo como la presencia de Dios con nosotros. La Trinidad vive en nosotros como una realidad
muy concreta. San Gregorio de Nisa, quien escribió mucho sobre
la Trinidad en el siglo cuatro, nos dice que “el
santo Bautismo se nos imparte la gracia de la
inmortalidad por la fe en el
Padre y en el Hijo
y en el Espíritu Santo.” Conocemos mucho sobre Dios & sobre la
Santísima Trinidad, pero, en su realidad, la Trinidad es un misterio de nuestra
fe. El misterio de la Santísima Trinidad es el punto
de partida de toda la verdad revelada de nuestra fe cristiana. El misterio de la Santísima Trinidad es la base
de donde procede la vida divina en nuestro mundo con nosotros. En verdad, podemos declarar sin duda que somos
hijos del Padre. Podemos decir que somos hermanos y seguidores de
su Hijo, que estamos caminando continuamente en nuestra fe con el Espíritu
Santo en cada momento de nuestra vida. En nuestra celebración de la Trinidad este domingo,
podemos celebrar también la filiación divina que tenemos en la Trinidad. En esta filiación, nos hacemos templos vivos
de esta misma Trinidad.
Para mi, como sacerdote en la Iglesia católica,
es mi responsabilidad para llevar el mensaje al pueblo que Dios es amor, que
Dios es al ejemplificación de amor y
compasión y misericordia en nuestro mundo. Para empezar una comprensión de este amor de
Dios, necesitamos reconocer el amor que existe en las tres personas de la Santísima
Trinidad. Necesitamos reconocer la manera que las personas
de la Trinidad se interrelacionan con ellas mismas, y reconocer la manera
amorosa y compasiva que ellas tienen esta conexión. Como creyentes en la Trinidad, y como seres en la
imagen de Dios, es importante para tener esta experiencia del amor de Dios en
nuestra relaciones con los miembros de la Santísima Trinidad. Los miembros de la Trinidad tienen una relación
con ellos mismos como el Dios único. Nosotros, también, tenemos la llamada para
descubrir mas sobre nosotros mismos como seguidores de Cristo en el proceso de
reconocer y aprender sobre la naturaleza relacional de Dios.
Con las gracias de la Santísima Trinidad como un don
de nuestra fe, podemos ser partícipes de
la fuerza vivificante que tenemos en ella. Por la fe y la vida que
tenemos en la Trinidad, somos seres dignos de la gracia que tenemos en la vida
eterna. Somos imperfectos en la manera que vivimos en el mundo, pero en el
bautismo de salvación en la Santísima Trinidad, somos seres nuevos, somos hijos
verdaderos del Padre. En el misterio de este segundo nacimiento en las aguas de nuestro
bautismo, podemos obtener la plenitud en
el nombre del Padre y del Hijo solo con la presencia del Espíritu Santo en
nuestras vidas y en nuestro mundo. Por eso, tenemos nuestra esperanza y nuestra confianza en la
salvación de nuestras almas en las tres personas de la Santísima Trinidad, que
conocemos en los nombres del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
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