Wednesday, July 11, 2018

15 de julio de 2018 - homilia de Decimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B – Marcos 6, 7-13


    El Evangelio de hoy es muy curioso.  Jesucristo dio instrucciones a sus discípulos, que ellos no pueden llevar muchas cosas en su mochila en su viaje misionero.  
     No creo que Jesús era fanático en estas instrucciones. A su manera, él les mostró lo que necesitaba ser importante en sus vidas en su camino de discipulado. En verdad, podemos llevar demasiadas cosas superfluas en nuestro camino. En las últimas semanas en el Evangelio, Cristo habló sobre la importancia de tener una disposición que permita la presencia de la gracia de Dios en nuestras vidas. Es importante para tener la fe abierta a los milagros y tener la confianza en el poder y la autoridad de Cristo. Vivir con la simplicidad del Evangelio también es esencial para permitir que la gracia de Dios entre en nuestras vidas, a fin de que podamos caminar como un discípulo de fe.
        ¿Pero, como podemos vivir en la simplicidad del Evangelio en el mundo moderno? Cristo dice que no necesitamos llevar nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica.  Pasamos de la niñez a la adolescencia y la edad adulta -  tenemos muchas prioridades que no llaman. Podemos agonizar sobre las grandes decisiones que tenemos en la vida. Podemos preocuparnos por el futuro. Podemos intentar servir a Dios, pero podemos distraernos con otras prioridades y otras influencias y otros mensajes que claman a nosotros en el mundo.  La simplicidad del Evangelio es el don del corazón indiviso. El filósofo danés Soren Kierkegaard dijo que deberíamos tener pureza de corazón, para poder hacer solo una cosa en nuestras vidas. La Biblia nos advierte contra la idolatría, de hacer algo más importante que Dios. El Catecismo dice que la idolatría se refiere a la adoración de dioses paganos. La idolatría puede ser una tentación constante para nosotros en nuestro viaje. En nuestra adoración de ídolos, honramos y veneramos a una criatura en lugar de Dios, ya sea los dioses o los demonios, el poder o el placer, el trabajo or los logros, el dinero o las posesiones materiales. No importa quién seamos, debemos tener una sola cosa en nuestras vidas, simplificar nuestras vidas hasta lo que Jesús quiere que hagamos y seamos, ¡nada más ni nada menos, porque no se necesita nada más!
      Una de las mejores lecciones que tenía en la vida fue cuando servía como misionero laico en Canadá. Trabajaba en un comedor de sopa, ayudando los pobres durante dos años. Recibí $ 350 por mes para pagar todos mis gastos de vivir. Aunque esto fue más que hace veinte y cinco años, no fue mucho dinero. Vivía con otros cuatro misioneros en la ciudad de Winnipeg en una antigua pensión. Mantuvimos nuestro dinero en común y pagamos todos nuestros gastos con él. Al final de cada año, siempre nos sobraba dinero. Sentía que toda mi vida estaba dedicada a servir a Dios en mi trabajo allí en Winnipeg como misionero, al vivir en una manera muy humilde en mi vocación como misionero laico. Y sentía muchas bendiciones en esos dos años, aunque esa experiencia no siempre fue muy fácil. Como sacerdote, constantemente pienso en cómo puedo vivir en la simplicidad del Evangelio en mi vida, sobre cómo eso es parte de mi vocación. 
      A veces, escuchamos a Dios llamándonos a un lugar en nuestras vidas que es inesperado e incómodo. Cuando Jesús reunió a sus discípulos, enviándolos a partes desconocidas para llevar el Evangelio al mundo, enviándolos con apenas provisiones, estoy seguro de que algunos de ellos estaban ansiosos y atemorizados. Sin embargo, los discípulos salieron con corazones agradecidos. ¿Qué necesitamos sacar de nuestra mochila para estar mejor preparados para responder a esa llamada de Dios?

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