El
Evangelio de hoy nos cuenta dos hermosas parábolas muy cortas a las que con
razón podemos llamar "las parábolas de la misericordia de Dios”. Escuchamos sobre la oveja perdida y la moneda
perdida. Estas dos parábolas y las otras
lecturas de hoy tienen en común la misericordia de Dios y la constancia que
produce alegría y gozo en nuestra vida de fe.
Es fácil
para nosotros de pensar que el Evangelio de hoy es el "evangelio para los
demás" porque podemos penar: "yo creo en Cristo; estoy convertido; no
estoy perdido como la oveja en esta parábola." Es verdad que vienen a
solicitar los sacramentos a nuestra Iglesia muchas personas que están en
situaciones irregulares, pero es verdad también que hay una ruptura en la
relación entre muchas personas que no tienen una conexión con la Iglesia.
Perdidos,
pero ahora encontrados: es el gran anuncio del Evangelio para todos que pasan
por el camino de la misericordia para llegar a nuestra alegría y gozo en Dios.
Lamentablemente, muchos de nosotros como cristianos sinceros viven nuestra fe
como una tortura, como un castigo o como una penitencia. En la realidad de nuestro mundo, muchas
personas viven sin la misericordia de Dios, sin la alegría que tenemos en El.
Muchas
veces, en la vista que tenemos en nuestra vida de fe, queremos poner a cada uno
en su sitio: el pecador en su pecado y el convertido y el arrepentido en la
gracia de Dios. Puede ser que nos olvidemos con mucha facilidad que en todos
los seres humanos hay momentos de estar perdidos y de encuentro.
Creer en
Dios es también creer en su misericordia y en la capacidad del cada ser humano
para aceptarla. Nunca podemos subestimar la respuesta de los demás al amor de
Dios. Cuando veamos a una persona aparentemente alejada de Dios no podemos
desconfiar nunca de su posibilidad de un auténtico encuentro con el Señor. La
historia de nuestra fe está llena de pecadores arrepentidos que una y otra ver
fueron acogidos por nuestro Dios. ¿Para
nosotros, cómo podemos crecer en esta misericordia de Dios?
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