Saturday, June 26, 2021

27 de junio de 2021 - Decimotercero domingo del tiempo ordinario - 2 Corintios 8:7, 9, 13-15; Marcos 5:21-43

     La fe estaba el tema principal en los Evangelios estos últimos domingos.   En la parábola de la semilla de mostaza, Jesús nos ilustró que si pudiéramos comenzar con una pequeña semilla de fe, esa fe tiene el potencial de crecer de maneras asombrosas.   El domingo pasado, escuchamos que los discípulos clamaron a Jesús aterrorizados, ya que ellos sintieron que estaban pereciendo en una gran tormenta. Jesús les preguntó: “¿Por qué están aterrorizados? ¿Aún no tienen fe?”  Al ver a Jesucristo calmando la tormenta, los discípulos estaban asombrados; pudieron responder a este evento por su fe.

      Hoy, escuchamos otra historia de fe con la mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años.  Por su fe, ella creía que si ella solo tocaría el manto de Cristo, curaría de su aflicción.  Sin embargo, cuando se daba cuenta de que Jesús se sentía lo que ha sucedido, ella tenía miedo.  Sin embargo, no creo que ella tuviera miedo de Jesús.  Ella tenía miedo porque no debería haber estado en ese lugar público y no debería haberse acercado a Jesucristo.  Los judíos de Israel la habrían visto impura por la sangre de sus aflicción.  Si se hubieran dado cuenta de su situación, habría sido un asunto grave. Como aquellos afectados por el SIDA en nuestra sociedad en los primeros días de esa enfermedad, ella se habría quedado en las sombras por miedo.   Con su secreto expuesto públicamente, ella habría tenido mucho miedo.  Mientras da un paso adelante, cayendo a los pies de Jesús, le cuenta todo.   Sin embargo, no vemos a Jesús respondiendo con ira o indignación.  Él le dice que su fe le ha devuelto la salud, que ahora puede irse en paz.

      Jesucristo, que es la resurrección y la vida, ha devuelto la vida a la mujer que sufría de hemorragias.  Sí, ella está físicamente curada, pero ahora también puede integrarse completamente de nuevo en la sociedad.  Ella es una vez más una persona completa. Su fe en Jesús le permitió ser sanada.

     Desde el martes pasado, en la Iglesia Católica en los Estados Unidos, tuvimos la conmemoración de la Semana de la Libertad Religiosa.  Tenemos la libertad de practicar nuestra fe es nuestro país; es necesario para que vivir como discípulos de Cristo.  Es importante para nosotros como cristianos dar testimonio de la fe, especialmente cuando los cristianos están siendo perseguidos en todo el mundo y nuestro país es más hostil a la fe católica.  En esta realidad muy fuerte, nosotros como cristianos debemos ser capaces de comprender con respeto y honestidad lo que creemos, ser capaces de expresar lo que creemos y ser capaces de vivir esas creencias en nuestra vida diaria.  

      Este martes, concluimos la Semana de la Libertad Religiosa con la solemnidad de San Pedro y San Pablo, mártires de nuestra fe.  Por lo general, las segundas lecturas en nuestras liturgias dominicales son de las cartas de San Pablo; hoy escuchamos de la segunda carta de San Pablo a los Corintios.  Hoy, San Pablo expresa su pasión por la fe y por vivir su nueva vida en Cristo.  Pablo exalta a los corintios por su fe, por su conocimiento y seriedad, pero sobre todo, por su imitación de Jesús en su acto de gracia de amor sacrificado.  Mucha gente busca algo significativo en la vida. San Pablo nos anima en el discipulado en Jesucristo.  Nuestra fe es para el altar, es para la misa, es para los sacramentos de la Iglesia.  Pero, nuestra fe también se vive en nuestros hogares, en las calles y las carreteras, en las oficinas y las escuelas.  La Semana de la Libertad Religiosa recuerda a San Pablo y a los santos perseguidos por la fe.   La libertad de vivir la fe católica en un don precioso que tenemos.  

     No somos una Iglesia de unos pocos. No somos una Iglesia selecta para aquellos que dicen que son perfectos.  No somos una Iglesia de odio e hipocresía.  Cuando San Pablo ensalzó las virtudes que encarnaba la comunidad cristiana en Corinto, también llamó a esa comunidad a hacer sacrificios para ayudar a mantener a la Iglesia en Jerusalén.   Estamos llamados a acercarnos a los demás con amor y caridad, pero lo hacemos en el contexto de las santas enseñanzas y mandamientos de Dios.   No abandonamos al inmigrante ni al pobre, al enfermo o al prisionero, al oprimido o al olvidado, pero tampoco abandonamos la verdad de Dios. E. Hoy, con fe, damos alabanzas a Dios en frente de su altar.  Sabemos que él nos ayudará en nuestro deseo de practicar la fe como discípulos de Cristo a través de la libertad religiosa a la fundación de nuestra país.  Oremos para que seamos fieles a la verdad del Evangelio.

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