Wednesday, August 12, 2020

16 de agosto de 2020 – homilía - el Vigésimo domingo del Tiempo Ordinario – Mateo 15, 21-28

      Jesús se fue hacia las fronteras de Israel en el territorio de Tiro y Sidón.  En este lugar solitario, Jesús encontró a la mujer cananea.  En verdad, los cananeos eran los adversarios más detestados del pueblo de Israel.  El pueblo de Israel estaba incluido en el papel de Jesucristo para anunciar la palabra de Dios, pero no a los pueblos paganos.  Entonces, el mensaje de Cristo se dirigió a Israel; él no tenía interés en ir más allá de las fronteras israelitas para proclamar el reino de Dios afuera de su pueblo, el pueblo de Dios. En verdad, había muchas tensiones y dificultades entre los judíos y las personas de este territorio. Con esta actitud, Jesús, por eso, no manifestaba compasión por las súplicas de la mujer cananea en el Evangelio de hoy. Jesús la rechazó con dureza y sin solidaridad. Pero, esta mujer no retiró.   Ella continuaba con las respuestas y las súplicas con humildad, con tenacidad, y con fe. 

       Esta mujer cananea tenía la creencia muy profunda que Jesús podía darle lo que ella deseaba para su hija - un milagro de curación y sanación.  Jesús miró la fe de esta mujer para curar a su hija.  Al inicio de este encuentro con ella, Jesús no pensaba sobre la misión de salvación a los paganos - él pensaba que la salvación era un mensaje solo destinado al pueblo de Israel.  Jesús hizo este milagro de curación con la hija de esta mujer en una acción pragmática del problema enfrente de sus ojos.  Para Jesús, la fe de esta mujer tenía un poder y una fuerza más profundo que los prejuicios de Israel.  En los ojos de Dios, la fe y el corazón pueden salvar. La fe es fundamento de todo, es una gracia de Dios, un don de Dios.  Donde hay fe, Jesús actúa. Para esta mujer cananea y para nosotros como discípulos de Jesucristo, Jesús es la vida y el camino.  Necesitamos tener confianza en él. Necesitamos tener fe en él.  A veces, Jesús no tiene una presencia muy fuerte en nuestras vidas si ponemos nuestra confianza en otras cosas. Podemos poner atención en el diálogo que la mujer cananea tenía con Jesús.  Ella fijaba el corazón en el papel que Jesús tenía en su vida.  Ella lo expresaba claramente en su dialogo con él – en sus súplicas, en su confianza, en su adulación, en su tenacidad, en su sinceridad.  Nosotros, también, debemos tener la misma intensidad y humildad en nuestro trato personal con Jesús.  Si podemos tener lo mismo deseo de fe en él como la mujer cananea, si podemos confiar a él sin vergüenza y sin miedos, podemos tener un milagro en nuestra vida de fe también. 

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