Wednesday, January 15, 2014

19 de enero de 2014 – el segundo domingo del tiempo ordinario – Juan 1:29-34

      En el Evangelio de hoy, Juan el Bautista da testimonio de la identidad de Jesucristo, nuestro Señor.   Juan dice que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.  Las palabras de Juan el Bautista recuerdan a los corderos que se ofrecían diariamente en el templo de Jerusalén como sacrificios a Dios.  Estas palabras recuerdan también al cordero pascual cuya sangre libró a los israelitas de la muerte de los primogénitos llevada a cabo por el ángel exterminador.
     El cordero es el símbolo del ser inocente, que no puede hacer mal a nadie sino sólo recibirlo.  Podemos mirar en nuestro mundo de hoy el dolor inocente que está gritando en nuestras calles, el dolor inocente que podemos descubrir en la multitud de las personas que sufren y mueren a manos de los malvados.  Podemos tener un dolor en nuestra vida que puede abrumarnos.  Podemos tener este dolor en muchas formas: depresión, enfermedades mentales de todo tipo, luchas con adicciones de alcohol y drogas – ellos pueden hacer estragos a nuestra vida, a nuestra familia, y a nuestra espiritualidad si no recibimos ayuda, si no vamos a Dios con todo que está adentro de nuestros corazones.    
     Nosotros, como seguidores de Cristo, proclamamos que sí, Cristo, su muerte nos ha redimido.  Su muerte nos ha salvado.   En verdad, Cristo nos ha salvado de nosotros mismos, de nuestras limitaciones, de nuestros pecados, de nuestras luchas y de nuestro dolor.  Cristo borró con su sangre nuestros pecados personales y los pecados de toda la humanidad - de ahí que la mirada de nosotros los cristianos comparte siempre de la misericordia y la esperanza de Cristo al mundo.  En el fondo de la entrega de Jesús como Cordero está el inmenso amor con el que Dios nos ama.
     Jesús se entregó por ti y por mí – por nosotros – y por el mundo.  Estar junto con Cristo es descubrir lo más profundo del amor de Dios para todos los seres humanos, especialmente a los más pobres y los más necesitados.  Con este amor de Cristo que tenemos en nuestra vida, que tenemos en el gozo de espiritualidad, podemos dar testimonio a todo el mundo, el testimonio de Cristo, el Cordero de Dios. 



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