Wednesday, January 15, 2014

1/26/2014 – el tercer domingo del tiempo ordinario – Mateo 4, 12-23

      ¿Vivimos una vida con claridad?  ¿O, vivimos en tinieblas?   En el Evangelio de hoy, Jesús viajó a Galilea, la parte más remota de su país y la más lejana de Jerusalén.  Alli, Jesús comenzó a proclamar el cumplimiento del profeta Isaías – la luz ha llegado al pueblo que vivía en oscuridad, que vivía en tinieblas. 
      Cada uno de nosotros sabemos que la vida de cada ser humano tiene momentos de oscuridad, momentos de dolor y de sufrimiento.  Muchos de los grandes místicos de nuestra Iglesia, como Santa Teresa de Avila, San Juan de la Cruz, y la Bendita Madre Teresa de Calcuta, han pasado por noches oscuras que, aunque purificadoras, siempre tenían una gran carga de dolor.  En medio de la oscuridad en nuestra vida, Jesús es capaz de vernos con una profunda claridad.  Pero esta relación con Cristo requiere un esfuerzo y sacrificio por la parte de nosotros.  Con la vida nueva que tenemos en Cristo, una vida nueva que empezó en las aguas del bautismo, podemos tener claridad en medio de la oscuridad de nuestra vida.  Para nosotros, los seres humanos, muchas veces no queremos ver la realidad de nuestra vida ni la presencia de Dios en ella. Si no tenemos la presencia de Dios con nosotros, si no tenemos la luz de Cristo en nuestra corazón, las sombras de nuestras experiencias pueden ser "sombras de muerte". Con la luz de Cristo, podemos ser más humano.  En la luz de Cristo, podemos crecer en nuestra humanidad, en nuestra  espiritualidad, en nuestra mentalidad.
      Una de las grandes tragedias de la vida humana es quedar en los momentos de tinieblas y no encontrar los senderos de luz.  Cuando trabajaba con los prisioneros en las cárceles de Mississippi, cuando trabajaba como misionero con las prostitutas, los drogadictos, y las personas viviendo en las calles como misionero, yo encontraba mucha gente que no podía escapar la oscuridad de sus vidas, aunque ellos se daban cuenta de esta realidad.  Jesús proclamó el reino de Dios en su ministerio, pero para entrar en su reino, tenemos que convertirnos para que la luz llegue a nuestra vida. Convertirse es cambiar de la mentalidad para adquirir los criterios de Dios, pero necesitamos estar dispuestos a realizar los cambios en nuestra vida.  Muchas veces, por miedo o por comodidad, preferimos quedar en los dolores y los sufrimientos de nuestra vida.  Cuando Cristo comenzó a predicar su Buena Nueva del Reino de Dios, comenzó también a reunir discípulos.  Ellos le seguían porque se fían de su palabra. Nuestra vida cristiana no se basa en el ver milagros sino en confiar plenamente en Aquel que puede hacerlos.
     Nuestro Evangelio de hoy termina con la curación de enfermos.  Esta curación no es solamente la física sino también la espiritual.  Estamos llamados a la curación integral de nuestra vida.  Estamos llamados a la conversión.  Con eso, podemos continuar en nuestro camino de fe. 


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