Nuestro
Evangelio de San Juan hoy es una parte del discurso de despedida que Jesús
comunicaba a sus discípulos a la Ultima Cena.
Jesús conoce que saldrá pronto.
Pero, los discípulos no quedarán solitos en su camino de fe. El Padre y
Jesús mismo morarán con nosotros y el Espíritu Santo viene para ser nuestro
Consolador. Con esta presencia, la paz
de Cristo será con sus discípulos.
Para
reflexionar sobre el Evangelio de hoy, podemos mirar el comienzo del Evangelio de
Juan, el Evangelio de la mañana de Navidad.
Juan empieza con el comienzo de la creación: “En el principio ya existía
el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El existía en el principio con Dios. Todas
las cosas fueron hechas por medio de El, y sin El nada de lo que ha sido hecho,
fue hecho. En El existía la vida, y la vida era la Luz de los hombres.”
Cada persona tiene la llamada de ser portador de la paz del Cristo al mundo, la
misma paz que Jesús llevaba a sus discípulos en la Ultima Cena antes de su
muerte y su resurrección.
Vivimos
en un mundo donde muchas personas no tienen mucha paciencia. Queremos todo muy rápido – en un
instante. No tenemos mucha paciencia con
nuestros hijos, con nuestros familiares.
En las calles, podemos mirar los conductores con mucha cólera. ¿Cómo podemos encontrar la paz en la mitad de
nuestra ira y nuestra impaciencia?
La paz
de Cristo no es algo que podemos crear por nosotros mismos. Recibimos esta paz de Cristo mismo. Esta paz no vino al mundo en el momento de la
Ultima Cena – tiene su fundación en la acción de amor y de bondad en la
creación del mundo. Recibimos esta paz
como don de Dios, como don de su misericordia y compasión. Y tenemos la llamad
de vivir in esta paz, para tenerla en nuestros corazones.
En la
primera lectura de los Hechos de los Apóstoles.
Unos seguidores de Cristo de Judea vieron a la comunidad cristiana a
Antioquía – ellos insistieron en unas demandas estrictas por su salvación,
demandas como la circuncisión. Sin
embargo, Pablo y Bernabé apelaron a Jerusalén para resolver este
desacuerdo. Con este ejemplo, podemos
reconocer que la paz a veces necesita la confrontación y la reconciliación.
Ambos lados tendrían un punto muerto o irían a sus caminos separados. La paz que Cristo nos da necesita el coraje y
la persistencia.
Podemos
preguntarnos esta pregunta cuando miramos al mundo a todo que pasa: Donde está
la paz de Cristo en la mitad de la violencia, la incertidumbre, y el
sufrimiento del mundo. Tal vez
necesitemos preguntar otra pregunta - ¿Qué puedo hacer para llevar la paz de
Cristo en mi vida propia y en el mundo?
Con la presencia del Espíritu Santo en mi vida, ¿qué puedo hacer para
ser portador de esta paz?
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