Hoy, con mucho gozo en
nuestros corazones, celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad. La Trinidad es un misterio de nuestra fe, es un
imagen fundamental de nuestra comprensión de Dios, pero es algo muy difícil
para describir y entender. En verdad, la Trinidad de Dios vive en nosotros
como una realidad concreta. San Gregorio de Nisa, quien escribió mucho sobre la
Trinidad en el siglo cuatro, nos dice que “el santo Bautismo se nos imparte la gracia de la
inmortalidad por la fe
en el Padre y en el Hijo
y en el Espíritu Santo.” Conocemos mucho sobre Dios & sobre la
Santísima Trinidad, pero, en su realidad, la Trinidad es un misterio de la fe. El misterio de la Santísima Trinidad es el punto
de partida de toda la verdad revelada de nuestra fe cristiana y es la base
de donde procede la vida divina en nuestro mundo con nosotros. En verdad, podemos declarar sin duda que somos
hijos del Padre, que somos hermanos y seguidores del Hijo – nuestro Salvador y
nuestro Redentor – y que caminamos continuamente en nuestro viaje de fe
con el Espíritu Santo como nuestro guía espiritual, como la presencia del amor
y de la misericordia de Dios en nuestro mundo. En nuestra celebración de la Trinidad este
domingo después del tiempo de Pascua, podemos celebrar también la filiación
divina que tenemos en la Trinidad, que esta filiación nos hacemos templos
vivos de esta misma Trinidad aquí en la tierra.
Con la gracia de la Santísima Trinidad como un don
de nuestra fe, podemos ser partícipes de
la fuerza vivificante que tenemos en ella. A partir de la muerte que tenemos al fin de
nuestro viaje aquí en la tierra, somos reengendrados en la vida eterna. Por la fe
y la vida que tenemos en la Trinidad, somos seres dignos de esta gracia de
Dios y en la salvación que tenemos en El. Somos imperfectos en la manera que vivimos en el
mundo, somos imperfectos en nuestra condición humana, pero en el bautismo de
salvación en la Santísima Trinidad, somos seres nuevos y tenemos una vida nueva
en ella. En el misterio de nuestro segundo nacimiento en
las aguas del bautismo, podemos obtener
la plenitud en el nombre del Padre y del Hijo solo con la presencia del
Espíritu Santo en nuestra vida y en nuestro mundo. Por eso, tenemos nuestra esperanza y nuestra
confianza en la salvación de nuestras almas en las tres personas de Trinidad,
que conocemos en los nombres del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
Termino mi homilía con una oración a la Santísima
Trinidad por el Papa Juan Pablo Segundo – “Bendito seas, Padre, que en tu
infinito amor nos has dado a tu Unigénito Hijo, hecho carne por obra del
Espíritu Santo en el seno purísimo de la Virgen María, y nacido en Belén hace
ahora dos mil años. Él se ha hecho nuestro compañero de viaje y ha dado nuevo
significado a la historia, que es un camino hecho juntos, en el trabajo y en el
sufrimiento, en la fidelidad y en el amor, hacia aquellos cielos nuevos y hacia
aquella tierra nueva, en la que Tú, vencida la muerte, serás todo en todos. AMEN.”
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