Los Días de
Todos los Santos y Todos los Fieles Difuntos son días muy especiales en nuestra
Iglesia, días muy queridos con los creyentes en la fe. En la
Iglesia primitiva, cuando los discípulos de Cristo estaban perseguidos
frecuentemente, un santo era sinónimo con un mártir, con los fieles quienes
murieron por la fe. En el siglo
IV, la Iglesia empezaba a conmemorar todos los mártires con una misa – es un precursor
al día de Todos los Santos que celebramos hoy.
Cuando la
Iglesia se hace legal en el Imperio Romano, la definición de un santo cambió –
no necesita ser mártir para ser santo. Cuando
celebramos los santos de nuestra Iglesia hoy, podemos creer equivocadamente que
esta solemnidad reconoce solo los santos nombrados oficialmente por la
Iglesia. En
realidad, hoy reconocemos todos los santos de nuestra comunidad de fe, todos
los santos de nuestra fe de todos los siglos.
Ellos transmitieron nuestra fe durante nuestra historia como Iglesia. Reconocemos
sus vidas de fe, su santidad. Hay
miembros de esta comunidad de santo eran famosos y reconocidos por la Iglesia
en el proceso de canonización. Otros
miembros de esta comunidad de fe vivieron con humildad y con ternura sin esta
proceso de canonización.
Cuando
reflexionamos sobre los santos, en verdad, reflexionamos sobre una persona
quien vivió en santidad, con una fe verdadera y con la llamada de Dios. Pero,
necesitamos reconocer, los santos no eran perfectos sin defectos. Conocemos
ahorita que la Madre de Teresa de Calcuta, una santa muy querida en la Iglesia,
sufría mucho en una noche oscura y se sentía abandonada por Dios por mucho
tiempo en su ministerio con los pobres. Había gente
escandalizada con este conocimiento, pensando que ella tiene menos santidad. Para mi,
con este conocimiento, podemos entender su realidad y su identidad, su camino
de fe, y los desafíos y tenía en su vida de fe. Los santos
son seres humanos con fuerzas humanas y debilidades humanas también. Todos
nosotros como seguidores de Cristo tenemos la llamada de vivir en santidad,
para se esfuerza hacia una vida de perfección. Pero, lo
hacemos en la mitad de la realidad de nuestra vida, en la mitad de nuestras
debilidades, en la mitad de nuestras luchas.
Cuando
escuchamos las Bienaventuranzas de Jesucristo en el Evangelio de hoy, tal vez
miramos a nosotros mismos. Tal vez,
somos los pobres del espíritu, rogando por la fe de vivir cada día. Tal vez,
somos los que lloran, con ternura para nuestro prójimo sufriendo. Tal vez,
tenemos hambre y sed de justica en la mitad de violencia y dolor.
En nuestra
humildad, en nuestra fidelidad, en nuestra gratitud a Dios, queremos vivir en
esta actitudes que Dios proclama en las Bienaventuranzas en la realidad de
nuestra vida, para tener Dios como la fuente, la fuerza, y la fundación de
nuestro ser. Damos el
honor a los santos, como reconocemos sus contribuciones a nuestra vida de fe,
sus oraciones y sus intercesiones para nosotros. Damos gracias a Dos por el don de los santos
en nuestro camino de fe.
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