Friday, October 11, 2013

10/13/2013 – Vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario – 2 reyes 5,14-17, Lucas 17,11-19

     En la primera lectura de hoy y en el Evangelio, podemos darnos cuenta de dos cosas.  Las dos lecturas tienen milagros de curación con Dios ayudando a los leprosos, con una curación de esta enfermedad muy terrible.  Y en respuesta de esta curación, dos leprosos dan gracias a Dios.  La lepra era una enfermedad muy temida durante la historia. En la época medieval en Europa, los sacerdotes hicieron un rito especial para separar los leprosos de la comunidad. El lepra siempre tenía una campana para sonar si otra persona llegaba, una alerta para quedar alejado. 
       En 1873, un joven sacerdote belga quien trabaja en la isla de Hawai ofreció voluntariamente para servir como párroco en la isla de Molokai, un lugar donde los leprosos vivieron en aislamiento y en condiciones terribles. Llegó este sacerdote solo con su libro de oraciones y su sotana – con nada mas.  Este sacerdote – Padre Damién – sabía que la lepra era una enfermedad muy peligrosa, pero, tenía la llamada de Dios para trabajar con los leprosos. Damién escribió a su hermano – “Yo me hago leproso con los leprosos para ganar todo por Cristo.”  Construía una capilla en la isla cuando llegaba, y después, limpiaba las úlceras y las llagas de los leprosos, construía casas y muebles y ataúdes para ellos, y cavaba tumbas por los muertos. Tenía muchos desafíos y muchas dificultades, pero siempre tenía una actitud de gozo y agradecimiento, y mantenía sus esfuerzos con la Eucaristía y la misa diaria.  El escribió – “Tengo mi Señor al lado.  Entonces, puedo ser feliz con un corazón alegre y una sonrisa también.  Padre Damién contraía la lepra él mismo. Tenía el aislamiento, el rechazo, y el abandono en esta experiencia, con la falta de apoyo de la Iglesia y el gobierno, pero siempre estaba fiel al fin de su vida, con su muerte a la edad de cuarenta y nueve.  El es santo en nuestra Iglesia, y muy querido el Hawai, donde hay una estatua de Padre Damién en frente del Capitolio. 
      Reflexionaba sobre el Padre Damién cuando leía el Evangelio de hoy, porque este padre ayudaba este grupo de leprosos abandonados, y traía el amor y la misericordia de nuestro Señor, pero, también, siempre vivía su vida con un sentido de agradecimiento, aun tenía muchos desafíos en su vida, aun contraía la lepra el mismo, aun se murió de esta enfermedad tan horrible. Nosotros también tenemos la misma llamada de Padre Damién, pero en el contexto de nuestras circunstancias y en nuestro estilo de vida – para vivir con agradecimiento a Dios y para ayudar a los leprosos en nuestra sociedad, a nuestros hermanos en los margines.  No es fácil para agradecer a Dios en todas las cosas, Para tener agradecimiento por las bendiciones que tenemos, y para tener agradecimiento por la gracia de enfrentar los desafíos de nuestra vida.  Cuando me levanto cada mañana, doy gracias por la oportunidad para servir como sacerdote aquí en nuestro diócesis, para servir a Dios y a su pueblo.  Doy gracias por todas los miembros de nuestra parroquia.  Yo lo hago todos los días – en los días difíciles también, y en verdad los sacerdotes pueden tener los días difíciles, por supuesto. Nuestra perspectiva en nuestro camino de fe es muy importante.  Había diez leprosos en el Evangelio.  Los diez querían la ayuda de nuestro Señor, y la recibieron los diez.  Pero solo un leproso regresó para dar gracias.  Y este leproso recibió otra bendición.  Recibió la curación de su lepra en su cuerpo como los otros leprosos, pero, recibió la curación en su alma y recibió salvación por su fe también.  Podemos pensar en muchas cosas en nuestro mundo ahorita.  Hay la crisis en Siria, los problemas con nuestro gobierno en Washington, las dificultades en la economía.  También, tenemos problemas y luchas en nuestra vida personal.  Estas cosas son autenticas para nosotros – no son ilusiones.  Pero, tenemos la llamada para dar gracias en todo – en nuestros gozos y en nuestras bendiciones, en los momentos buenos y en los momentos malos.  Con una fe llena de agradecimiento y gozo, podemos extender la mano a nuestro prójimo, especialmente ellos en los márgenes de nuestro sociedad.  Hay leprosos en nuestra comunidad también, y ellos necesitan nuestra compasión y ayuda. 

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