Escuchamos
las primeras palabras del Evangelio de San Marcos esta tarde. Con las palabras del profeta de Isaías, el
Evangelio empieza con una buena noticia para nosotros, con la buena noticia de
Jesucristo, el Hijo de Dios. Isaías nos
dice que hay una voz que está gritando en el desierto, una voz que nos dice que
necesitamos preparar un camino para la llegada de nuestro Señor, un camino
recto.
Muchos
años después de las palabras de Isaías, Juan el Bautista llega en el
desierto. Juan el Bautista está
preparando un camino para nosotros. En
el tiempo de adviento, estamos en el desierto con nuestro Señor. El desierto es un lugar donde los seres
humanos tuvieron mucha experiencia con Dios, donde Dios estaba con su pueblo,
donde Dios estaba con nosotros. Dios
estaba en el desierto con el pueblo de Israel cuando su pueblo estaba pasando
por el desierto en su viaje después de su esclavitud. El desierto es un lugar de vida también, de
la vida que tenemos con Dios.
Tal
vez, pensamos que estamos abandonados en el desierto, que estamos
desolados. Pero, no es la verdad, no es
toda la historia. Podemos encontrar Dios
en el desierto en una nueva manera, en la soledad de este tiempo, en la palabra
de Dios que está presente con nosotros en una manera muy especial. Juan estaba en el desierto bautizando la
gente. En verdad, no hay mucho agua en
el desierto. En el desierto, el agua
tiene una identidad muy preciosa. Para
nosotros, en nuestra vida de fe, el agua es el símbolo de la vida nueva que
tenemos en Cristo, en la buena noticia que nos da vida, en nuestra vida de fe que
puede crecer y florecer en el desierto de adviento, en este tiempo de
espera. Hay otros momentos de dificultad
que tenemos en nuestra vida, en nuestra fe.
Hay enfermedades, hay momentos muy secos, hay sufrimientos y desafíos y
problemas. En estos momentos, podemos
recordar con mucha ternura el desierto de Juan el Bautista, de su camino recto
que el proclamó en su vida y en su mensaje.
Juan proclamó a la gente, al muchedumbre, a nosotros, que debemos
convertirnos a Dios, que debemos cambiar nuestra manera de pensar, que debemos
cambiar de actitud.
En la superficie, Juan el Bautista es alguien muy extraño. El iba vestido de ropa hecha de pelo de
camello y con un cinturón de cuero. El
comía langosta y miel del monte. Pero,
Juan hablaba la verdad; él predicaba el mensaje de Dios. El preparaba el camino para la llegada de
Jesús. Y nosotros debemos predicar este
camino en el desierto en nuestra vida también.
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