Hoy día, en la palabra de Dios, tenemos un
mensaje muy fuerte. Es un desafío en la
manera que necesitamos vivir nuestra vida de fe. En nuestras lecturas de hoy,
escuchamos un mensaje sobre la responsibilidad que tenemos en las relaciones
con nuestros hermanos. Si vivimos en el
espiritu de las enseñanzas de Jesucristo, estamos fieles a las normas de
nuestra Iglesia, estamos participantes de la vida de los sacramentos de la
Iglesia, tratamos de ser buen ejempos a nuestros niños y a nuestro prójimo. Pero, en nuestra vida diaria, muchos de
nosotros no tenemos un espiritu misionero.
No nos sentimos una exigencia en nuestra vida de fe de ser misioneros,
de proclamar la Palabra de Dios a nuestros hermanos, de hacer una
evangelización en nuestra comunidad. Si escuchamos las lecturas de hoy con un
corazon abierto sobre el mandamiento de amar que tenemos en nuestra fe
cristiana, con la llamada del profeta Ezekiel de ser un atalaya al pueblo de
Israel, este mensaje puede hacer muchos cambios en nuestra vida de fe, en
nuestra manera de ser misioneros y evangelizadores en nuestra comunidad y en
nuestro mundo moderno.
Para ser discípulos verdederos de Jesucristo,
debemos escuchar al amor que tenemos en esta vida nueva. Y con este amor, no podemos ser
indiferentes. Necesitamos usar este amor
para unir nuestros sufrimientos con los sufrimientos de Cristo. Con este amor y nuestro compasión, con
nuestra llamada de Dios, podemos responder a los sufrimientos de nuestro
prójimo. Si escuchamos a San Pablo,
podemos darnos cuenta que amar en el contexto de nuestra fe es cumplir la ley
entera de Dios. El amor y la caridad y la
misericordia con tenemos para nuestros hermanos son manifestaciones a esta interpretación
de todos los mandamientos.
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