Monday, March 21, 2016

24 de marzo de 2016 – El Jueves Santo – Juan 13,1-15

      Hoy, iniciamos tres días importantes en nuestra fe católica en el Triduo.  El triduo pascual se considera como tres días de preparación a la fiesta de pascua: el jueves, el viernes y el sábado de la semana santa.  Es un triduo de la pasión de Cristo.
      La conmemoración de la Semana Santa tiene un mensaje muy importante para nosotros.  El mensaje es eso: que Dios no abandona a su pueblo y que lucha a favor de su pueblo ante cualquier tipo de esclavitud.  Dios no quiere un pueblo esclavo.  Dios quiere un pueblo libre.  La Semana Santa no es una memoria nostálgica del pasado. La Semana Santa es una memoria viva para darnos esperanza en la realidad de nuestra vida.  Es una realidad en nuestro camino de fe.
       En la última cena que Cristo tiene con sus discípulos, él nos da un ejemplo para compartir y para servir en nuestro camino.  Cristo celebra esta cena con símbolos y rituales.  La cena ritual de la pascua de los judíos convierte en memorial suyo, un memorial que sus discípulos deben vivir y practicar. Nosotros, como sus discípulos modernos, podemos participar en la vida nueva en él si compartimos y servimos según su ejemplo con amor y humildad y misericordia y sin egoísmo. 
        Jesús es la presencia de Dios entre nosotros.  Sus acciones son las acciones del Padre.  Su amor y su misericordia son el amor y la misericordia del Padre.  Con el servicio a nuestro prójimo, con nuestra acciones de caridad y misericordia, podemos participar en esta vida divina aquí en nuestra existencia en la tierra. 
        Celebramos la  presencia de Cristo con nosotros esta noche.   Celebramos la presencia de Cristo en la eucaristía.  Jesucristo, el Hijo de Dios que lava los pies de sus discípulos y que nos da la eucaristía es nuestro sirviente. Como empezamos el Triduo hoy con el Jueves Santo, podemos reflexionar sobre las palabras de San Vicente de Paúl: “Sus humillaciones no eran más que amor, su trabajo era amor, sus sufrimientos eran amor, sus oraciones eran amor, y todos sus ejercicios interiores y exteriores no eran más que actos repetidos de amor. Su amor le dio un gran desprecio del espíritu del mundo, desprecio de los bienes, desprecio de los placeres y desprecio de los honores.”

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