Tuesday, November 5, 2013

11/10/2013 – trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario - Lucas 20, 27-38

       Las semana pasada, tuvimos dos celebraciones muy importante en nuestra Iglesia – la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de todos los fieles difuntos.  El sábado pasado por la noche, fuimos al cementerio de San Tomas en el pueblo de Satillo con el incienso y con el agua sagrada para bendecir las tumbas de los difuntos de nuestra comunidad de fe.  Pero, el Evangelio nos da un mensaje que es muy diferente – que Dios es un Dios no de muertos, sino de vivos. 
         Jesús declara que el ha venido para darnos vida, la vida de su Buena Nueva, la vida de su resurrección.  En la realidad de nuestro mundo, hay muchas personas que dicen que tienen fe en nuestra Señor, que creen en Dios, que van a la misa cada domingo, pero que tienen miedo a la muerte.  La vida eterna es una creencia de nuestra fe, pero es un misterio también.  El reino de Dios ya está en nuestro mundo, pero todavía, el reino no está aquí en la realidad de nuestro mundo en su plenitud.  Entonces, mucho es un misterio para nosotros. 
         La enseñanzas del Evangelio de hoy viene de la respuesta de Jesús sobre las preguntas de un grupo de saduceos que negaba la resurrección de los muertos.  En su respuesta, Jesús explica que la condición de los hijos de Dios en el vida eterna, después de la resurrección, será muy diferente de la condición que tenemos ahora en este mundo.
         Lamentablemente, hay muchos cristianos que esperan en la otra vida – la vida eternal – como un acto de desesperación de esta vida terrestre.  Ellos tienen esperanza en la vida que viene, pero no tiene gozo en su vida en el presente, en su vida de fe.  Su vida ahora no les satisface.   Ellos se olvidan que Dios ya está con nosotros, que vivimos en Cristo en este momento, en todos de los momentos de nuestra vida terrestre. 
         Como cristianos, tenemos la creencia que existe otra vida después de esta vida.  Con su respuesta al grupo de saduceos, Jesús demuestra que no podemos explicar la realidad divina de la vida eterna con las características de la vida presente.  En verdad, es difícil para hablar sobre la realidad de la resurrección, para vivir esta realidad ahora cuando tenemos los sufrimientos y los desafíos de nuestro mundo.  Necesitamos un encuentro con Jesucristo en el camino de esta vida para que cuando estemos en su presencia en la vida eterna, resulte en un reconocimiento, en una unificación.  La fuerza de su Palabra, el impacto de nuestra fe, los frutos del Espíritu Santo necesita empezar en nuestra vida ahora.  La eternidad nos espera – la vida eterna nos espera – y nosotros esperamos también en nuestro Señor. 






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