Las semana pasada, tuvimos dos
celebraciones muy importante en nuestra Iglesia – la solemnidad de Todos los
Santos y la conmemoración de todos los fieles difuntos. El sábado pasado por la noche, fuimos al
cementerio de San Tomas en el pueblo de Satillo con el incienso y con el agua
sagrada para bendecir las tumbas de los difuntos de nuestra comunidad de
fe. Pero, el Evangelio nos da un mensaje
que es muy diferente – que Dios es un Dios no de muertos, sino de vivos.
Jesús declara que el ha venido para
darnos vida, la vida de su Buena Nueva, la vida de su resurrección. En la realidad de nuestro mundo, hay muchas
personas que dicen que tienen fe en nuestra Señor, que creen en Dios, que van a
la misa cada domingo, pero que tienen miedo a la muerte. La vida eterna es una creencia de nuestra fe,
pero es un misterio también. El reino de
Dios ya está en nuestro mundo, pero todavía, el reino no está aquí en la
realidad de nuestro mundo en su plenitud.
Entonces, mucho es un misterio para nosotros.
La enseñanzas del Evangelio de hoy
viene de la respuesta de Jesús sobre las preguntas de un grupo de saduceos que
negaba la resurrección de los muertos.
En su respuesta, Jesús explica que la condición de los hijos de Dios en
el vida eterna, después de la resurrección, será muy diferente de la condición
que tenemos ahora en este mundo.
Lamentablemente, hay muchos cristianos
que esperan en la otra vida – la vida eternal – como un acto de desesperación
de esta vida terrestre. Ellos tienen
esperanza en la vida que viene, pero no tiene gozo en su vida en el presente,
en su vida de fe. Su vida ahora no les
satisface. Ellos se olvidan que Dios ya
está con nosotros, que vivimos en Cristo en este momento, en todos de los
momentos de nuestra vida terrestre.
Como cristianos, tenemos la creencia
que existe otra vida después de esta vida.
Con su respuesta al grupo de saduceos, Jesús demuestra que no podemos
explicar la realidad divina de la vida eterna con las características
de la vida presente. En verdad, es difícil
para hablar sobre la realidad de la resurrección, para vivir esta realidad
ahora cuando tenemos los sufrimientos y los desafíos de nuestro mundo. Necesitamos un encuentro con Jesucristo en el
camino de esta vida para que cuando estemos en su presencia en la vida eterna,
resulte en un reconocimiento, en una unificación. La fuerza de su Palabra, el impacto de
nuestra fe, los frutos del Espíritu Santo necesita empezar en nuestra
vida ahora. La eternidad nos espera – la
vida eterna nos espera – y nosotros esperamos también en nuestro Señor.
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