Jesús
se fue hacia las fronteras de Israel en el territorio
de Tiro y Sidón. En este lugar, Jesús
encontró a la mujer cananea. En verdad, los cananeos eran los adversarios más
detestados de Israel. El pueblo de
Israel estaba incluido en el papel de Jesucristo para anunciar la palabra de
Dios, pero no a los pueblos paganos. Entonces,
el mensaje de Cristo se dirigió a Israel; él no tenía interés en ir más allá de
las fronteras israelitas. En verdad, había muchas tensiones y dificultades
entre los judíos y las personas del territorio de Tiro y Sidón. Con
esta mentalidad, Jesús, por eso, no manifestaba compasión por las súplicas de
la mujer cananea en el Evangelio de hoy. Jesús la rechazó con una dureza. Pero, esta mujer no retiró. Ella continuaba con sus respuestas y sus súplicas
con humildad, con fe y con tenacidad. Esta mujer cananea tenía la creencía
profunda que Jesús podía darle lo que ella deseaba para su hija. Jesús miró la
fe de esta mujer para curar a su hija.
Jesús no estaba pensando sobre una misión a los paganos, sobre su
salvación, en un mensaje solo destinado al pueblo de Israel. Jesús hizo este
milgro de curación con la hija de esta mujer en una acción pragmática de su
problema. Para Jesús, la fe de esta
mujer tenía un poder y una fuerza más profundo que los prejuicios de Israel. En los ojos de Dios, la fe y el corazón puro salvan.
La
fe es fundamento de todo, es una gracia de Dios, un don de Dios. Donde hay fe, Jesús actúa. Para esta mujer
cananea, y para nosotros como discípulos de Jesucristo, Jesús es la vida y el
camino; necesitamos tener confianza en él. A veces, Jesús no tiene una presencia muy
fuerte en nuestras vidas si nos fiamos de él.
A veces, queremos confiar demasiado en otras cosas en nuestra vida. Mire bien el dialogo que la mujer cananea tenía con
Jesús. Ella tenía muy fijada en su
corazón el papel que Jesús tenía en su vida, y ella lo expresó claramente en su
dialogo con Él – en sus súplicas, en su confianza, en su adulación, en su
tenacidad, en su sinceridad. Y nosotros,
tambien, debemos tener la misma intensidad y humildad en nuestro trato personal
con Jesús. Si podemos tener lo mismo
deseo de fe en Él como la mujer cananea, si podemos confiar a Él sin
vergüenza ni miedos, podemos tener un milagro en nuestra vida de fe tambien.
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