Thursday, April 6, 2017

9 de abril 2017 - Domingo de Ramos - filipenses 2:6-11, Mateo 21:1-11, Mateo 26:14—27:66

      La Cuaresma es una temporada muy profundo en nuestra vida de fe. La Cuaresma es una temporada que nos llama, una temporada que realmente puede afectar nuestra vida. Terminamos el Adviento y la Navidad, luego unas semanas en el tiempo ordinario, antes de que comencemos a viajar con Jesús en el desierto durante la Cuaresma.  La Iglesia nos llama a un trabajo serio durante la Cuaresma: arrepentirnos de nuestros pecados y convertir nuestros corazones, orar y ayunar; y realizar obras de caridad.  La Cuaresma comienza al mes de febrero o al principio de marzo, meses generalmente fríos en medio del invierno.  En nuestras misas aquí en la parroquia de St James durante la temporada de Cuaresma, no comenzamos con un himno ni con una canción de alabanza, sino más bien con el silencio - el silencio de nuestro camino de Cuaresma con el Señor, el silencio del mundo como Jesús camina a su cruz.
     Cuando era niño, siempre esperaba el Domingo de Ramos.  En mi niñez, sabía que el Domingo de Ramos era especial, con estas hojas de palma que podíamos tejer en cruces.  El Domingo de Ramos, el comienzo de la Semana Santa, significa que salimos del silencio de la Cuaresma por otra cosa. Al comienzo de la misa hoy escuchamos gritos de alegría de la multitud: “"¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!"  Podemos imaginar por qué la multitud está llena de tal alegría: pensaba que Jesús era el Mesías, que él traería su nación de vuelta a la gloria, el que les traería la salvación.  La muchedumbre oía sus sermones y sus enseñanzas.  Veía un milagro en una gran multitud alimentando con sólo varios pedazos de pan y varios peces.  Veía la curación de tantas enfermedades y aflicciones.  Veía el levantamiento de los muertos y el exorcismo de los demonios. Veía la bondad de Cristo para los pobres y los olvidados y los leprosos.  Pero luego, en esta misma misa, los gritos de Hosanna terminan y Jesús es condenado con otros gritos: "¡Que sea crucificado! ¡Que sea crucificado!
      Es importante a decir que nuestra celebración litúrgica de hoy no termina con la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén.   Ésa no es la última palabra.  Nuestra misa hoy nos enseña que Jesús no nos salva a través de su entrada triunfal en la ciudad o por sus milagros.  Pablo nos dice en su carta a los Filipenses que Jesús se vació y se humilló a sí mismo.  En su vaciamiento y en su humildad, Jesús demuestra el amor ilimitado que Dios tiene para nosotros, un amor que el Hijo aceptó en su destino para traernos la salvación a través de su pasión y su muerte en la cruz.  Jesús no buscó poder y gloria como el Hijo de Dios.  Tenía solidaridad con el pecador y el oprimido, con los marginados y los olvidados. Tenía solidaridad con el pecador, sin embargo, estaba sin pecado. Este Jueves, como parte de nuestras celebraciones de Semana Santa, veremos a Jesús lavando los pies de los discípulos, una tarea que el servidor más bajo de la casa tenía en Israel.  El abismo de la vacuidad, el abismo de su humildad, sería evidente en sus últimos momentos en la cruz: "Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, se oscureció toda aquella tierra. Y alrededor de las tres, Jesús exclamó con fuerte voz: "Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?", que quiere decir: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”  (Mateo 27: 45-46). En las palabras del Salmo 22, Jesús afirma la presencia de Dios en medio de su pueblo.  Jesús ora este salmo en conciencia de la presencia del Padre con él.  Pero, el grito de Jesús no es un grito de socorro, sino una oración por su pueblo en medio de su humildad, su lucha, y su vacío.  Es Jesucristo que camina con nosotros en nuestras luchas, que une sus sufrimientos a nuestra realidad, que entiende nuestro dolor, nuestra quebrantamiento, nuestros sentimientos de abandono y soledad.
      Conmemoramos el Domingo de Ramos - "Domingo de Pasión" - hoy.  Tenemos la imagen de Jesús - él extiende sus brazos de amor sobre la madera dura de la cruz para que todos puedan ser invitados a su amor y salvado en su abrazo.  La oscuridad envolvió la tierra esa tarde en que Jesús murió en la cruz, pero incluso en los momentos de mayor oscuridad, Dios está presente con nosotros.  Jesús nos invita a viajar con él durante estos días de Semana Santa que comienza hoy, el Domingo de Ramos. Aceptemos esa invitación.

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