Saturday, October 16, 2021

17 de octubre de 2021 - XXIX domingo del tiempo ordinario - Lucas 10:1-9

      Los hermanos Santiago y Juan se acercan a Jesús.  Ellos reflexionan mucho en lo que pueden pedirle.  Su pregunta es sencillo: quieren preguntarle a Jesucristo si pueden estar con él cuando entre en su reino en gloria, uno a su derecha y otro a su izquierda. Con este mensaje del Evangelio este domingo, pensé en un libro sobre la oración que estoy leyendo.  El libro habla de cómo la espiritualidad a menudo está perdida en el mundo moderno por el énfasis en lo físico, en lo que medimos, vemos, saboreamos, tocamos y olemos.  Cuando tantos en la sociedad centran la vida en lo que está digitalizado, o lo que está en la pantalla de un televisor, un celular o una computadora, o lo que pueden comprar con dinero, la espiritualidad se deja de lado.   Cuando la vida se centra en el ámbito físico o en lo que vemos en la superficie, es difícil para nosotros sentirnos atraídos por la fe, la espiritualidad y la oración.  Con este punto de vista, podemos ver cómo Santiago y Juan piensan en la perspectiva del mundo físico: de quién tendrá poder y quién se sentará en el lugar del respeto y el honor.  Los apóstoles Santiago y Juan ven la grandeza y la gloria en la forma en que nuestro mundo valora estas cosas, no a través del lente de la fe y la espiritualidad.   Entonces, es importante para nosotros hablar sobre la oración hoy y sobre nuestra relación con Cristo, porque ese es el centro del mensaje del Evangelio este domingo. Es mucho lo que todos podemos aprender explorando la oración juntos como personas de fe.

        Muchos de nosotros, incluso aquellos de nosotros que somos cristianos de toda la vida y que vamos a la iglesia con regularidad, podemos tener algunos desafíos y conceptos erróneos al desarrollar una relación con Dios y al desarrollar la vida de oración.  Necesitamos comenzar diciendo que no hay solo una manera correcta de orar y que no hay un punto de partida para nuestras oraciones. Lo más importante acerca de la oración es que debemos presentarnos para la oración y debemos hacerlo con regularidad.  Seamos honestos: como cristianos, todos queremos hacer tiempo para la oración en la vida. Pero no queremos perdernos nada más en la vida. Entonces, al hacer tiempo para la oración y el tiempo para fortalecer una relación con Dios, la disciplina es importante. A veces, cuando encontramos tiempo para orar, podemos estar distraídos, cansados, desenfocados, frustrados e impacientes.  Con demasiada frecuencia, tenemos la falsa expectativa de que la oración debe ser siempre emocionante, intensa y llena de energía, pero no siempre será así.  Llevamos nuestra realidad a Dios en nuestras oraciones. Llevamos a Dios el ritmo de nuestra vida, que incluye nuestra energía y nuestro entusiasmo, pero también nuestro cansancio y nuestra inquietud.  Podríamos sentir que solo podemos ponernos en la presencia de Dios y orar cuando estamos llenos de gozo o cuando no tenemos nada que esconder, cuando estamos enfocados y cuando podemos prestar la debida atención a Dios de una manera amorosa y reverente. Esto puede evitar que vayamos a Dios en oración con regularidad.  Dios quiere que seamos honestos con él, que vayamos a él en nuestra realidad presente, con sentimientos que son nuestros.  Entonces, cuando estamos enojados o frustrados o desenfocados o decepcionados de nosotros mismos, es probablemente cuando más necesitamos a Dios, y ese puede ser el momento en el que debemos alejarnos de la oración.

       Sabemos que estamos llamados a la santidad y a luchar hacia la perfección, pero es posible que tengamos un sentido distorsionado de lo que eso significa.  Sí, estamos llamados a esforzarnos por alcanzar los valores de la fe en la vida diaria, pero si pensamos que vamos a lograr un estado sin deficiencias y fallas, eso no es realista.  Es la llamada a la santidad, debemos invitar a Dios a caminar con nosotros y acompañarnos a pesar de nuestros defectos e imperfecciones, mientras seguimos esforzándonos por alcanzar los valores de la fe.  Dios quiere que en la vida de oración le llevemos nuestra impotencia y nuestras debilidades, que caminemos con él y no nos escondamos de él.

      Una cosa que me encanta de nuestro programa del. Catequesis del Buen Pastor de las clases de doctrina para nuestros niños es que habla de las ovejas reconociendo la voz de Jesús, el Buen Pastor llamándolas. Cada voz que escuchamos tiene su cadencia y mensaje particulares.  Muchas voces diferentes nos llaman en el mundo.  Algunas voces tienen un mensaje de alegría, virtud, amor, perdón y nueva vida. Sin embargo, algunas voces nos llaman con amargura, ira, violencia y división. ¿Cómo reconocemos la voz de Dios en medio de todas las demás voces?  Sin una vida de oración y una relación continua con Jesús, o no escucharemos su voz, o si la escuchamos, tal vez no reconozcamos su voz con todos los demás ruidos que hay.

      En la oración, la voz de Dios puede llegar a nosotros de maneras diferentes. En susurros, pero también en voz alta y autoritaria. Con una voz que nos desafía y nos estira, pero que nos tranquiliza y nos consuela. Su voz puede llamarnos al disfrute, la gratitud y una nueva vida, pero también al servicio y la abnegación.

      Consideremos nuestro Evangelio hoy como una invitación a seguir los pasos de Jesús, a crecer en nuestra relación con él, a crecer en la vida de oración.

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