Hoy, con mucho gozo en nuestros corazones, celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Dios nos explica que Jesús sólo nos puede llevar a la intimidad del misterio de la Trinidad. El Evangelio de hoy dice que “tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna.” El Padre nos dio su Hijo para nuestra salvación, y ellos nos dio el Espíritu Santo como la presencia de Dios con nosotros. Si, la Trinidad vive en nosotros como una realidad muy concreta. San Gregorio de Nisa escribió mucho sobre la Trinidad en el siglo cuatro, nos dice que “el santo Bautismo se nos imparte la gracia de la inmortalidad por la fe en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo.”
Conocemos mucho sobre Dios y sobre la Santísima Trinidad, pero, en su realidad, la Trinidad es un misterio de fe. El misterio de la Trinidad es el punto de partida de toda la verdad revelada de nuestra fe cristiana y es la base de donde procede la vida divina en nuestro mundo con nosotros. En verdad, podemos declarer sin duda que somos hijos del Padre, que somos hermanos y seguidores del Hijo, que estamos caminando continuamente en nuestra fe con el Espíritu Santo como nuestro guía y nuestro defensor. En nuestra celebración de la Trinidad este domingo, podemos celebrar también la filiación divina que tenemos en la Trinidad, que esta filiación nos hacemos templos vivos de esta misma Trinidad.
Los padres y las madres de la Iglesia Primitiva se involucraron en muchas discusiones, y a veces episodios de violencia, en sus intentos de tratar de entender la Trinidad, de entender a Dios de la manera que él realmente existe. Todos nosotros, como discípulos de Cristo, que tratamos de usar nuestra fe para comprender, comprendemos que hay una paradoja: a medida que aprendemos más acerca de Dios, nos damos cuenta de que siempre hay más y más para conocer y aprender. El poeta inglés Juan Milton dijo eso: "Cuando hablamos de conocer a Dios, debe ser entendido con referencia al poder límite del hombre de la comprensión. Dios, como él realmente es, está más allá de la imaginación del hombre, y mucho menos de la comprensión .... Dios ha revelado sólo tanto de sí mismo como nuestra mente puede concebir y la debilidad de nuestra naturaleza puede soportar".
Con la presencia de la Santísima Trinidad como un don de nuestra fe, podemos ser partícipes de la fuerza vivificante que tenemos en ella. A partir de la muerte que tenemos al fin de nuestra existencia en la tierra, somos regenerados a la vida eternal. Por la fe y la vida que tenemos en la Trinidad, somos seres dignos de esta gracia. Somos imperfectos en la manera que vivimos en el mundo, pero en el bautismo de salvación en la Santísima Trinidad, somos seres nuevos. En el misterio de este segundo nacimiento en las aguas del bautismo, podemos obtener la plenitud en el nombre del Padre y del Hijo solo con la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas y en nuestro mundo. Por eso, tenemos nuestra esperanza y nuestra confianza en la salvación de nuestras almas en las tres personas de la Santísima Trinidad, que conocemos en los nombres del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
Los padres y las madres de la Iglesia Primitiva se involucraron en muchas discusiones, y a veces episodios de violencia, en sus intentos de tratar de entender la Trinidad, de entender a Dios de la manera que él realmente existe. Todos nosotros, como discípulos de Cristo, que tratamos de usar nuestra fe para comprender, comprendemos que hay una paradoja: a medida que aprendemos más acerca de Dios, nos damos cuenta de que siempre hay más y más para conocer y aprender. El poeta inglés Juan Milton dijo eso: "Cuando hablamos de conocer a Dios, debe ser entendido con referencia al poder límite del hombre de la comprensión. Dios, como él realmente es, está más allá de la imaginación del hombre, y mucho menos de la comprensión .... Dios ha revelado sólo tanto de sí mismo como nuestra mente puede concebir y la debilidad de nuestra naturaleza puede soportar".
Con la presencia de la Santísima Trinidad como un don de nuestra fe, podemos ser partícipes de la fuerza vivificante que tenemos en ella. A partir de la muerte que tenemos al fin de nuestra existencia en la tierra, somos regenerados a la vida eternal. Por la fe y la vida que tenemos en la Trinidad, somos seres dignos de esta gracia. Somos imperfectos en la manera que vivimos en el mundo, pero en el bautismo de salvación en la Santísima Trinidad, somos seres nuevos. En el misterio de este segundo nacimiento en las aguas del bautismo, podemos obtener la plenitud en el nombre del Padre y del Hijo solo con la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas y en nuestro mundo. Por eso, tenemos nuestra esperanza y nuestra confianza en la salvación de nuestras almas en las tres personas de la Santísima Trinidad, que conocemos en los nombres del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
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