El domingo pasado, tuvimos la celebración del
bautismo de nuestro Señor y el fin del tiempo de Navidad. Ahora, estamos en el tiempo ordinario otra vez
antes de empezar la temporada de cuaresma en febrero. Hoy, en el segundo domingo del tiempo ordinario,
estamos con Jesús, sus discípulos, y su madre en el pueblo de Caná. Podemos imaginar que los novios son parientes o
amigos íntimos de Jesús y su familia. Tal vez, esta boda en Caná es la primera vez que
Jesús está con sus discípulos en un momento publico. Podemos imaginar que Jesús está muy nervioso y
ansioso porque todavía no empezó su ministerio publico y busca el momento
perfecto para empezarlo. Ustedes conocen, que es importante para tener una
celebración muy gozosa en la boda, pero al final de la fiesta en el Evangelio,
comenzó a faltar el vino. María, la madre de Jesucristo, se dio cuenta de
esta situación grave. Ella estaba pensando en Jesús, su hijo, y en su necesidad
de empezar con sus milagros y obras buenas para proclamar el reino de Dios y
para anunciar su ministerio al mundo. Podemos decir que María es una discípula, y sobre
todo, la primera discípula desde el momento que ella aceptó de Dios en su vida
sobre el nacimiento de Jesús. Con esta acción de Cristo la boda de Caná y con
el milagro del agua convertida en vino, él empieza públicamente su predicación del
reino de Dios y su proclamación como el Mesías. Con estas acciones de María, podemos mirar que
ella sabe que su hijo está listo para iniciar su ministerio. La madre tiene sus hijos en su corazón, ¿si?
Un santo muy amado en nuestra Iglesia Católica
del siglo XII, San Francisco de Asis, dijo, “Predica el evangelio siempre;
cuando fuera necesario, usa palabras.” Jesús lo hizo en su milagro en Caná como San
Francisco explicó en sus palabras y en sus acciones. En lugar de explicar el reino de Dios con
palabras, Jesús reveló la gloria del reino de Dios en el agua en las jarras convertida
en vino para servir a la gente en esta boda, el vino del mejor calidad.
Este milagro en Caná puede tener un mensaje para
nosotros en nuestro mundo moderno. Cuando vamos al sacramento del matrimonio en
nuestra Iglesia católica, los dos novios tienen un compromiso entre ellos
mismos y con Dios. Como católicos, miramos este compromiso
como un sacramento de nuestra fe. Como el compromiso en el sacramento de
matrimonio, nosotros tenemos la llamada de tener un compromiso gozoso con
Jesucristo cada día de nuestra vida. En nuestra sociedad, un compromiso es algo malo o
algo inoportuno – muchas personas quieren algo desechable o provisional, para
renegar las cosas permanentes cuando son inconvenientes. Nuestra elección para tener un compromiso de fe
permanente es algo radical en los ojos de nuestro mundo moderno. Tener un compromiso de fe es necesario y
obligatorio en nuestro discipulado. Solo con la gracia de Dios, podemos tener la lealtad y la fidelidad necesaria
para vivir en este compromiso con Él.
Como el aguo convertida en vino, somos
convertidos en nuestro camino de fe. Tenemos una conversión y una transformación para
ser seres sacramentales, para dar vida a nuestro mundo. Pero, necesitamos tener la voluntad para ser
convertidos, para tener confianza en Dios, y para tener un riesgo en nuestra
transformación. Necesitamos recordar que la Virgen María tenía confianza
en su hijo y en su capacidad de ayudar en la boda en Caná. Como este agua convertida en vino, nuestra vida
también es un don de Dios. Con este don, podemos vivir esta transformación
continuamente para ser el vino mejor en nuestro camino de fe.
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