En
las lecturas de hoy, escuchamos unas lecciones que podemos adaptar en nuestra
vida de fe. En los consejos de San Pablo
que escuchamos hoy en su segunda carta a los corintios, el dice a los corintios
que ellos deben se distinguen en todo – en su fe, en sus palabras, en su
sabiduría, en su diligencia. Es verdad,
deseamos la plenitud de fe, no solo una imagen de fe o un facsímil. Deseamos a vivir nuestra fe como un embrazo
de Dios, sin limitaciones, sin restricciones.
Tenemos nuestra fe para la misa, para el altar, y para nuestras
alabanzas a Dios. Pero nuestra fe es
para todos los aspectos de nuestra vida – en la escuela, en la oficina, en nuestro
trabajo, en las carreteras, en los supermercados, en los parques.
En el Evangelio de hoy, hay dos milagros de sanación de las manos de
Jesús: hay una mujer con una hemorragia y la resurrección de la hija de Jairo –
la hija de un jefe de la sinagoga. Hay
una lección que podemos aprender en este Evangelio – el poder de Jesucristo en nuestra
vida depende de nuestra fe. Me edifico
mucho la fe y el amor que ustedes y la gente mexicana tienen en nuestra Madre
la Virgen María y en el poder curativo de Jesús en sus vidas. Sí, hay muchos milagros pequeños que
manifiestan en nuestras vidas diarias, pero si no tenemos la fe para
reconocerlos, en verdad estos milagros no pueden transformar nuestra vida o la
vida de nuestro prójimo.
Pero, necesitamos reconocer que a veces pedimos algo a Dios con mucha fe
y mucha confianza, y Dios no nos da lo que pedimos. Dios puede contestar nuestras oraciones en
una manera muy diferente de nuestras expectativas, y no reconocemos su
respuesta. Necesitamos perseverancia en
nuestras oraciones y en nuestra vida de fe.
La sanación de nuestros
dolores y enfermedades, el entusiasmo de nuestra fe, y los milagros que tenemos
cada día: en verdad, Dios está con
nosotros.
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