Pero, ¿qué significa “Ascensión”? La Ascensión de Jesucristo no es solo una ascensión física donde él pasa de un espacio físico a otro. Podemos decir que es una intensificación de la presencia del Señor en nuestra realidad, comprendiendo que él no nos abandona después de la resurrección.
Hoy, las últimas palabras del Evangelio de San Mateo nos da un mandato - “enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Cristo da la responsabilidad de continuar su ministerio aquí en la tierra a sus discípulos. Es nuestra responsabilidad como sus discípulos en el mundo moderno.
Con esta celebración de la Ascensión, tal vez, preguntamos: ¿Dónde está Jesús entonces, en el cielo o en la tierra? La respuesta es sencilla: en el cielo y dentro de cada uno de nosotros. Es lo mismo que ocurre en la Misa: mientras la hostia está fuera de nosotros, la vemos, la adoramos; cuando la recibimos y comulgamos no la vemos más, ha desaparecido, se ha hecho parte de nosotros para estar ahora dentro de nosotros. Dios no está en los sucesos materiales que suceden en el mundo sino en el corazón de las personas que viven como su discípulos. La presencia de Dios está hoy en muchos lugares: en su palabra, en los sacramentos, en la Iglesia, en nuestra comunidad, en los más pobres y débiles del mundo, en sus discípulos, en las acciones de amor que hacemos a nuestro prójimo. La Ascensión no es la ausencia de Dios en la tierra o en nuestra vida, sino la presencia intensificada de Dios en nuestra vida diaria.
Todos nosotros, como discípulos de Jesucristo - los sacerdotes, los miembros de las comunidades religiosas, y los laicos también - estamos llamados a ser testigos de la resurrección y ascensión de Jesús. Es la llamada que tenemos hoy y que tenemos cada día en nuestro camino de fe.
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