Sunday, May 6, 2018

13 Mayo 2018 - homilia - La Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo - Hechos 1: 1-11, Efesios 1:17-23: Marcos 16:15-20


     Hay 40 días entre el día de la resurrección de Cristo y su ascensión al cielo. En este tiempo, nuestro Señor se apareció a los discípulos en momentos diferentes  y les habló extensamente sobre el reino de Dios.  También les dijo una cosa muy curiosa: permanezcan en Jerusalén, no partan de esa ciudad, para esperar la promesa del Padre.  Es la promesa de la venida del Espíritu Santo.  Los discípulos tenían fe en esa promesa; pero tenían incertidumbre y trepidaciones también.  Sabían que Cristo iba a ascender al Padre, que el Espíritu Santo sería enviado a sus discípulos, pero ¿qué significaba exactamente esto?  Era una nueva realidad que desafiaba nuestra existencia humana normal aquí en la tierra. ¿Qué iba a suceder exactamente? Cuando estamos en un espacio intermedio, dejamos nuestra zona de confort, extendiéndonos hacia lo desconocido, hacia nuevas posibilidades. Vivir con las preguntas y las ansiedades, vivir con ambigüedad, tener que confiar y esperar, es difícil estar en un estado de desconocimiento.  Como sacerdote, cuando escuchamos el sacramento de la reconciliación, escucho mucho sobre el pecado de la impaciencia que produce sentimientos de ira y frustración. En nuestro mundo moderno, no queremos esperar. No queremos tener la paciencia. Queremos todo rápido. Exigimos la gratificación instantánea.  En verdad, los discípulos no estaban seguros acerca de la realidad de Cristo resucitado, pero los discípulos permanecieron juntos a pesar de su ansiedad e incertidumbre. Las experiencias de los discípulos de la fidelidad de Dios a su Señor Jesucristo les dieron esperanza y perseverancia. ¿Qué habría pasado si los discípulos hubieran huido con miedo, frustración e impaciencia?  ¿Y si ellos se hubieran negado a esperar en Jerusalén, esperando pacientemente la llegada del Espíritu Santo? Afortunadamente, ellos perseveraron. 
       San Pablo, en la carta a los efesios, resume el significado teológico de que la ascensión de Cristo al cielo significa para nosotros como sus discípulos: “Le pido que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza que les da su llamamiento.”  Nuestra esperanza es que un día ascenderemos a la gloria celestial de la vida eterna que nuestra fe nos promete, con la ayuda de la gracia de Dios. En nuestro camino aquí en la tierra, debemos seguir la comisión que Cristo da en las palabras del Evangelio de San Marcos: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura.”  Es la misión que Cristo ascendido nos deja: predicar la Buena Nueva de la salvación en nuestras palabras y nuestras obras.
      Cada domingo, en el Credo, profesábamos que Cristo "ascendió al cielo". La ascensión de Cristo fue la culminación del plan de Dios para él, al regresar a su Padre después de cumplir su misión aquí en la tierra.  Pero, es la culminación, no la conclusión. Desde su lugar con el Padre en la gloria, Jesús siempre está con nosotros en espíritu. En la descripción de la Ascensión en Hechos, los discípulos están tan cautivados por la visión de Jesús ascendiendo en los cielos que no se dan cuenta de los dos hombres que de repente les aparecen. Estos dos hombres son ángeles que hablan con palabras reconfortantes pero desafiantes a los discípulos. Los ángeles les preguntan: ¿Por qué están aquí mirando al cielo? ¿No tienen cosas más urgentes? ¿No necesitan proclamar el reino de Dios? Los ángeles anuncian que los discípulos de Cristo deben tener animo y confianza en su servicio y en su evangelización.  ¿Cómo cumplimos esa misión en nuestro trabajo aquí en la tierra? ¿Estamos contemplando el cielo, esperando que algo suceda? ¿O vivimos con confianza el Evangelio en nuestras vidas, sirviendo a Dios y sirviendo a nuestro prójimo? Sí, todavía hay incertidumbre y aprensión en nuestro mundo moderno, pero definitivamente tenemos trabajo que necesitamos hacer.

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