Thursday, September 17, 2015

20 de septiembre de 2015 – homilia - Domingo Catequético – XXV domingo del tiempo ordinario – Santiago 3,16-4,3 Marcos 9,30-37.

      Este fin de semana, el tercer domingo de septiembre, nuestra Iglesia Católica celebra el domingo catequético. Hoy, nuestros maestros de la doctrina y nuestros catequistas recibirán una bendición especial.  El domingo catequético es una gran oportunidad en nuestra comunidad para reflexionar sobre el papel que cada persona tiene, en virtud del bautismo, en la transmisión de la fe y en el testimonio del Evangelio en el mundo. Domingo catequético es una oportunidad para reafirmar nuestra dedicación a nuestra misión como una comunidad de fe.  Nuestro tema este año es: salvaguardar la dignidad de toda persona humana.
       Estas semanas, reflexionamos sobre las lecturas de la Carta de Santiago - este es el cuarto domingo en seguida que tenemos las lecturas de esta carta.  La carta de Santiago tiene consejos para vivir una fe vibrante, para poner en práctica la Palabra de Dios en acciones y obras de misericordia.  Santiago escribió esta carta al pueblo de Israel, pero con su consejo y su crítica social, parece que habla directamente al mundo moderno.  El tema del domingo catequético - la dignidad de cada persona humana - es inherente a la lectura de Santiago.  Santiago alaba los pacificadores en nuestra comunidad, pero se lamenta de los que siguen con sus celos y sus ambiciones.  En nuestra sociedad, el mensaje es que queremos mas y mas. Es bueno para tener ambiciones que dan frutos y que son constructivas y saludables, pero Santiago nos advierte que nuestras ambiciones pueden conducir al espíritu de amargura en nuestras vidas. En el mundo moderno, luchamos con un montón de pecados y adicciones, pero tal vez el mayor pecado en nuestra sociedad es nuestra codicia y la forma en que codician lo que no es nuestro. Santiago nos lleva a la necesidad de caminar juntos como una comunidad con solidaridad y unidad, en la que trabajamos juntos y afirmamos mutuamente. En lugar de centrarse en algo que es profundo o dramático o grandioso, tal vez tenemos que centrarnos en los valores de la sencillez, la humildad, la hospitalidad y el servicio - estos valores tendrán el mayor efecto en nuestras propias vidas y en las vidas de las personas a nuestro alrededor.
      La llamada al servicio que encontramos en la lectura de hoy de la carta de Santiago y en el Evangelio de hoy se pueden encontrar en los hombres y mujeres que sirven como maestros y catequistas y líderes en las pequeñas comunidades y en nuestro programa de formación en la fe.  Ellos sacrifican mucho para servir nuestra comunidad de fe.  Tal vez no expresamos nuestra gratitud y agradecimiento con la suficiente frecuencia por lo que hacen.  Si los maestros de la doctrina y de la formación religiosa, los líderes de las pequeñas comunidades, y los miembros del comité de evangelización – pongan de pie para recibir una bendición: 



      La actividad pastoral de la Iglesia necesita de la colaboración del mayor número de cristianos, para que las comunidades y cada uno de los creyentes alcancen la madurez de su fe y la proclamen siempre mediante la celebración, el compromiso y el testimonio de su vida. Son los catequistas quienes prestan esta colaboración, cuando llevan a cabo la iniciación cristiana de otros y cuando los van instruyendo y formando integralmente como discípulos de Cristo. Los catequistas, iluminados por la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia, comunican al pueblo de creyentes lo que ellos antes aprendieron a vivir y a celebrar.  Ahora, bendecimos al Señor por estos cooperadores nuestros e imploramos sobre ellos la gracia del Espíritu Santo, ya que la necesitan para este servicio eclesial.

Oremos:  Señor, con tu bendición paternal,
robustece la decisión de estos servidores tuyos,
que desean dedicarse a la catequesis;
haz que lo que aprendan meditando tu Palabra
y profundizando en la doctrina de la Iglesia
se esfuercen por comunicarlo a sus hermanos y así,
junto con ellos, te sirvan con alegría.

Por Jesucristo, nuestro Señor.  Amén.

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