A veces tenemos una experiencia maravillosa y mágica en la vida que puede durar solo un momento que queremos capturar para siempre. Puede ser algo tan simple como una conexión con un buen amigo o un momento de tranquilidad en la misa después de recibir la comunión o ver un hermoso amanecer. Ese momento puede darnos una sensación de paz interior o puede hacernos sentir unidad con Dios y su creación. Entonces, tan repentinamente como sucede esa experiencia mágica, desaparece. Nunca podremos recrear la magia de ese momento. No podemos poseerlo o hacer que dure para siempre. Antes de que nos demos cuenta, ese momento mágico en el tiempo termina.
En cierto modo, momentos como ese son transfiguraciones, como la transfiguración de Jesucristo que escuchamos en el Evangelio este domingo. Una transfiguración puede traer luz a la vida. Puede sacarnos de la complacencia. Puede darnos un vistazo de la gloria y majestad de Dios. En la vida demasiada ocupada, estos momentos a menudo parecen pocos y distantes entre sí, pero en cierto modo, eso es lo que los hace especiales. Estamos tan preocupados por las listas de cosas por hacer y las tareas diarias, que un momento de transfiguración puede no captar nuestra atención. Tal momento un don del Espíritu Santo. Dado que el sentido de asombro no se aprecia mucho en el mundo moderno, debemos recordar buscar la gloria de Dios en medio de la vida diaria ordinaria.
Hay otras trampas en las que también podemos caer. Podemos ser como un abeja que va de flor en flor, buscando una experiencia en la cima de una montaña donde creemos que encontraremos a Dios, sin poder ver a Dios donde ya está presente en la vida diaria. Luego tenemos a Pedro que intenta aferrarse a este momento de gozo que encuentra en la cima de la montaña en el Evangelio. Pedro quiere construir una tienda de campaña y acampar allí. Pedro quiere prolongar esta experiencia en la cima de la montaña y controlarla para que dure el mayor tiempo posible.
Sí, ahí está la gloria de la transfiguración de Cristo. Pero también Jesús habló con Moisés y Elías en la cima de la montaña sobre lo que iba a realizar en Jerusalén, que incluye su pasión, su sufrimiento, y su muerte. Al igual que Pedro, tal vez a nosotros también nos cueste entender el verdadero significado de lo que sucedió allí. Cristo se transfigura con la luz de su gloria, pero su pasión y sufrimiento no están desligados de su gloria. A los apóstoles les cuesta aceptar eso, ya que después de la transfiguración en la cima de la montaña, Pedro niega a Cristo tres veces y él y los otros apóstoles no están junto a Jesús en su camino a la cruz.
Jesús no estaba en la cima de la montaña con David el Rey o Aarón el sacerdote. Presentes con él en la transfiguración estaban Moisés, a quien Dios empleó para liberar a los israelitas de la esclavitud y Elías, el gran profeta que llamó al pueblo de Israel a volver a su fe. En el camino de fe, necesitamos ser liberados de las cosas que nos mantienen encadenados, de ser verdaderamente capaces de vivir la fe. Necesitamos ser desafiados proféticamente para ver la necesidad de renovación y arrepentimiento. Jesús de la transfiguración nos llama en este segundo domingo de Cuaresma a la conciencia, la autenticidad y la transformación.
Podríamos preguntarnos por qué Jesús eligió llevar a Pedro, Santiago y Juan con él a la cima de la montaña ese día. Quizás Jesús sabía que estos apóstoles podrían comenzar a comprender su destino de obedecer la voluntad del Padre hasta la muerte si pudieran tener un sentido de la gloria de la resurrección que le esperaba, la gloria que le prometió el Padre a Jesucristo. A través de la iluminación de la transfiguración, los apóstoles vislumbraron esa gloria, incluso si aún no estaban listos para aceptar la realidad de la cruz de Jesucristo. Cristo sabía que eventualmente verían que la realidad de su gloria y la realidad de su cruz no se oponían entre sí, sino que la cruz y la resurrección eran dos expresiones del amor de Jesús por nosotros, dos aspectos de la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte.
Durante la temporada de cuaresma, estamos llamados a subir a la cima de la montaña con el Señor, para abrazar la totalidad de la vida, incluido nuestro sufrimiento, mientras nos asombramos de su gloria. En verdad, ningún sufrimiento, ninguna prueba, ninguna dificultad, ningún pecado, ninguna fragilidad, ninguna debilidad puede separarnos del amor de Cristo. Esta Cuaresma, estamos invitados a subir al monte con Jesús. Nos invita a ser transformados e iluminados a través de nuestra relación con él.
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