Los niños, y también los adultos, pueden divertirse mucho con cosas muy sencillas, como hacer burbujas de jabón. Sin embargo, solo hay un problema con la felicidad que proviene de hacer burbujas: solo dura un momento. Es posible que queramos agarrarnos de una burbuja, pero en el momento en que estiramos la mano y la tocamos - no está.
Podemos comparar parte de la felicidad que alcanzamos en la vida con la forma en que una burbuja dura solo un momento. A veces, la felicidad que intentamos alcanzar está fuera de nuestro alcance o simplemente no podemos llegar a tiempo. O, hay ocasiones en las que pensamos que tenemos la felicidad en la palma de nuestra mano, y la burbuja estalla de repente, para nuestra sorpresa, que la felicidad se fue.
¿Cuáles son algunas de las cosas que la gente persigue en su búsqueda de la felicidad? Podría ser el dinero, la comida, el placer, las posesiones materiales, los logros profesionales o la popularidad. Esas cosas no son malas en sí mismas. De hecho, estas cosas pueden traer gran placer a nuestras vidas. Pueden ser muy positivos y vivificantes cuando no se los lleva al extremo. Pero si hacemos de cualquiera de ellos la prioridad principal en la vida y los ponemos ante Dios, si los vemos como la clave para la felicidad, nos decepcionaremos.
Jesús sabía que la gente a menudo busca la felicidad y en los lugares equivocados. Pero en las bienaventuranzas en el Evangelio de la celebración de Todos los Santos, Jesús anunció un mensaje que es extraño en la superficie. En las bienaventuranzas, Jesús sugiere que podríamos ser felices o bendecidos si fuéramos pobres en espíritu, llorando, misericordiosos, hambrientos de justicia y de paz, y perseguidos por causa de la justicia. ¿Por qué sugirió Jesús tal cosa? Por lo general, no consideramos que esas cosas nos traigan felicidad o placer.
Pero, cuando somos pobres de espíritu, es más fácil para confiar en Dios y ver lo que realmente debería ser importante para nosotros en la vida. Cuando somos pobres de espíritu, no confiamos en nuestra riqueza, nuestras posesiones materiales o los valores del mundo secular para la felicidad. Cuando somos pobres en espíritu, podemos entregarle todo a Dios, poniendo Dios como el verdadero centro de nuestra vida.
Cuando lloramos, cuando lloramos de tristeza, lucha o frustración, podemos poner toda nuestra confianza en Dios para aliviar nuestro dolor. En nuestras lagrimas, en la confianza que ponemos en Dios, tendremos la oportunidad de unir nuestros dolores a los sufrimientos que Cristo soportó mientras soportó su pasión en su camino a la cruz.
Cuando tenemos hambre de justicia, podemos comprender mejor que hay muchos niveles de hambre más allá de nuestro hambre de comida. Tenemos hambres diferente en nuestro ser humano: hambre de justicia, hambre de significado en la vida y hambre de una relación personal más profunda con Dios. Cuando reconocemos nuestro hambre física y las otras inquietudes que tenemos, podemos entender que la hambre más básica que tenemos como seres humanos es un hambre espiritual de conectarnos con Dios en la vida aquí en la tierra. Solo Dios puede satisfacer este hambre que es parte esencial de nuestra condición humana.
Cuando somos misericordiosos, cuando mostramos misericordia a los demás, entonces podemos comprender y apreciar verdaderamente la misericordia que Dios nos ofrece gratuitamente. Dios nos da este don de la misericordia, esperando que respondamos, lo aceptemos, y transmitamos esta misericordia a nuestro prójimo.
Cuando somos perseguidos por causa de la justicia por extranjeros, por vecinos o incluso por nuestra propia familia y amigos, nos damos cuenta de que tenemos un verdadero amigo en Jesús. Jesús como nuestro compañero nunca nos deja. Él siempre está ahí para nosotros en las buenas y en las malas, en nuestras alegrías y en las persecuciones.
Todos queremos encontrar la felicidad en la vida. Eso es cierto. Pero no deberíamos perder nuestro tiempo persiguiendo burbujas por una felicidad que no dura, por una felicidad que no importa a largo plazo. Debemos mirar a Dios. Él es nuestra fuente de felicidad. Y a diferencia de una burbuja, Dios está con nosotros durante todo nuestro viaje.
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