¿Para nosotros, quién es Jesucristo? Podemos contestar esta pregunta para nosotros mismos cuando escuchamos la pregunta que Jesús tiene por la parte de los discípulos en el Evangelio de San Mateo: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Había mucha gente quien rodeaba a Jesús, quien le había visto actuar muchos milagros en las aldeas y los pueblos de Israel. La respuesta que las personas dieron a los discípulos fue variada: Jesús es Juan el Bautista, o Elías o Jeremías, o alguno de los profetas antiguos de Israel que había resucitado.
En nuestro mundo hoy día, la figura de Jesucristo produce muchas opiniones también. Para algunas personas en nuestro mundo moderno, él es el liberador, el gran maestro, el profeta de Dios, un sabio, un buen psicólogo, o un líder revolucionario. Pero, para nosotros como seguidores de Cristo, él es más, más que todo eso.
Jesús quiere escuchar a nuestra opinión también. Entonces, él nos pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” No contestamos una sola vez. Necesitamos contestar con nuestra vida, con nuestras palabras, y con nuestras acciones cada día en nuestro camino de fe. En nuestra casa. En nuestro lugar de trabajo. En nuestra parroquia. En el trabajo y en el descanso. En las relaciones con la familia, los amigos, los extranjeros, y los compañeros de trabajo. Podemos mirar la respuesta de Pedro en el Evangelio. El responde con mucho entusiasmo y con una confesión de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente”. Inmediatamente, Jesús le llama bienaventurado y feliz, porque Pedro sabía perfectamente quién es el Señor. Pedro es bienaventurado porque él tenía fe en nuestro Señor. Y esta fe sólo la da Dios. La fe es un don de Dios, una bendición de Dios. No es algo que podemos hacer solo con nuestra propia voluntad. Este don de fe siempre precede nuestras acciones de fe. ¿Qué ha hecho Pedro en sus palabras? Pedro cooperaba. Estaba abierto a la presencia de Dios en su vida.
Podemos decir también que tenemos una llamada de fe no solamente como individuales, pero como una comunidad también. Tenemos la llamada de ser fiel a nuestra comunidad de fe. Si una persona afuera de nuestra religión católica entra a nuestra iglesia, va a mirar la importancia del altar. Tiene un lugar de importancia en nuestra fe. La eucaristía que celebramos sobre el altar – alrededor de la mesa de nuestro Señor – es la fuente de nuestra fe, es la cumbre de nuestra fe. Podemos tener dolor en nuestro corazón. Podemos tener conflictos en nuestra vida, conflictos con nuestra familia y nuestros amigos, conflictos con los miembros de nuestra parroquia también. Nuestra llamada como católicos es para llevar estas cosas al altar del Señor, para recibir el sacramento de la eucaristía y para escuchar la voz de Cristo cuando él habla en nuestros corazones, para tener la fuerza y la sanación de Cristo en nuestra vida. Puede requerir mucha paciencia y mucho sacrifico para venir a la mesa de nuestro Señor con el dolor que tenemos en nuestra vida, pero el murmullo de Jesucristo en la profundidad de nuestros corazones nos llama al altar de Dios.
Podemos reconocer que las lecturas de este domingo del Tiempo Ordinario nos da una buena ocasión para escuchar la sagrada palabra de Dios y para reflexionar sobe la importancia de nuestra fe y de nuestra vida de fe en la Iglesia. Esta tarde, tenemos una oportunidad para agradecer los dones que nuestro Señor nos da en abundancia.
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