Friday, September 23, 2016

9/25/2016 – Vigésimo sexto domingo del tiempo ordinario – Lucas 16:19-31

    Ahora, soy sacerdote, sirviendo en las parroquias de Mississippi con el pueblo de Dios. Ahora, tengo mas de tres años y medios con ustedes aquí en Tupelo - increíble!  Pero, antes de ser sacerdote, yo trabajaba como misionero laico en la ciudad de Winnipeg en el país de Canadá, trabajando con las personas viviendo en las calles: los borrachos, los drogadictos,  las prostitutas, los indigentes, y las personas sin techo. Siempre, estas personas estaban luchando cada día para sobrevivir, especialmente en el invierno con la nieve y con mucho frío en Canadá. Yo les preguntaba: ¿Como pueden vivir en las calles durante el invierno?  Ellos me dijeron que a veces duermen abajo de los puentes y de los pasos superiores de las carreteras, en los carros abandonados, y en las entradas de los edificios en el centro de la ciudad. Los cuentos de estas personas de las calles tocaban mi corazón, y me recuerdo sus caras y sus cuentos después de muchos años. 
     El Evangelio de hoy nos habla de un pobre, Lázaro, y de un rico sin nombre, habla de esta vida en la tierra y en la otra vida eterna con Dios. Los judíos pensaban que la prosperidad material en su vida era una señal concreta de la bendición de Dios. Los pobres eran malditos en esta visión del mundo. Según ellos, los pobres no tenían la bendición de Dios. 
     Jesucristo otro mensaje.  Para nosotros, los discípulos de Cristo, el tema de los pobres es central.  Sentirse pobre es reconocer que Dios tiene en nuestra vida la totalidad de nuestra salvación.  La llamada de Dios para nosotros es que no podemos confiar en lo que podemos acumular en los tesoros del mundo.  Todo es para ponerlo al servicio de Dios y de nuestro prójimo,  para llegar juntos a una sociedad más justa y humana.
      Cuando Juan Pablo II visitaba a los Estados Unidos como Papa por la primera vez, predicaba esta palabras a los fieles en el estadio de beisbol en Nueva York: "La parábola del hombre rico y Lázaro debe estar siempre presente en nuestra memoria, sino que debe formar . nuestra conciencia.   Cristo exige una actitud receptiva a nuestros hermanos y hermanas necesitados - una actitud receptiva de los ricos y los económicamente avanzados del mundo; una actitud receptiva a los pobres, los subdesarrollados y los desfavorecidos del mundo.  Esta actitud receptiva que Cristo exige es algo más que una atención benigna, es más que las acciones simbólicas o esfuerzos que dejan a los pobres como indigentes como antes.  No podemos permanecer de brazos cruzados, disfrutando de nuestras propias riquezas y nuestra propia libertad.   Si, en cualquier lugar, el Lázaro de hoy se sitúa en nuestras puertas.”

     El joven Martin era un soldado en el ejército romano. Tenía una vestidura muy elegante cuando viajaba por el camino. Estaba montado en su caballo cuando fue abordado por un leproso pidiendo limosna.  El leproso tenía muy heridas tan feas.  Estaba muy sucio y tenía un dolor terrible.  El joven Martín quería montar en su caballo y huir.  Pero algo dentro de él hizo tocaba su corazón. Todo lo que tenía era su abrigo militar - un abrigo tan carro y tan elegante.  Lo cortó en dos pedazos y le dio la mitad al leproso, mientras se envolvía con la otra mitad. Era un día de invierno muy frío.  Esa noche en su sueño el joven Martín vio a Cristo cubierto de un pedazo de un abrigo - Cristo explicaba eso a los ángeles alrededor de su trono, "Martin me vistió con su ropa." Este evento fue el punto de inflexión en la vida de lo que se convertiría en San Martín de Tours.  Todos nosotros como discípulos de Cristo debemos ser misericordiosos como el Padre.  

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