Desde los primeros año de la Iglesia, en la
liturgia de Viernes Santo, no se celebraba la Eucaristía – no hay una misa.
Solamente tenemos una celebración de la Palabra y la Comunión. La Iglesia está de luto. Es el día de la Cruz. Es el día que los fieles dan veneración a la
cruz de Jesucristo.
Por eso, el Altar está vacío: sin mantel, sin velas,
sin el Cuerpo de Cristo.
Sin duda que este vacío del altar nos ha llamado
la atención. Es la imagen de nuestra soledad y nuestros sufrimientos y nuestro
viaje con Cristo a su cruz. Al escuchar hoy la narración de la Pasión y la
muerte de Cristo del Evangelio de San Juan, podemos reflexionar: ¿Cómo es
posible que Dios permita que su Hijo amado tiene estos sufrimientos y esta pena?
¿Si Dios nos ama, por qué permite que nosotros
lloremos hundidos en el sufrimiento, cuando Dio, que es todopoderoso y
omnipotente, puede evitarnos las lágrimas, la tristeza y el dolor?
El mismo Jesucristo, el Hijo Unigénito, el Amado
del Padre, se hizo hombre como nosotros. Como hombre, Cristo conoció el hambre,
la sed, el cansancio, la injusticia, la soledad. El tuvo que sufrir la muerte como parte de su
condición humana.
En la pasión de Cristo nos encontramos diversas
actitudes y emociones: la ira, la traición, la cobardía, la injusticia, la
arrogancia, los celos, la manipulación, y el egoísmo. Por eso, decimos que en la realidad de la cruz de
Cristo, podemos unir la realidad y las emociones que tenemos en nuestra propia cruz, porque la cruz de Cristo
es la cruz de la condición humana. La muerte es una parte de nuestra condición
humana. El pecado es una parte de
nuestra condición humana. Pero, la
muerte de Cristo es diferente - es una muerte victoriosa porque vence a la muerte
en su propio terreno. Hoy, por supuesto, conmemoramos una muerte
dolorosa, injusta y cruel hasta el extremo. Pero, es una muerte con sentido. Es una muerte
que cambió todo en la historia del mundo. Con su muerte, Cristo salvó a la humanidad y nos
preparó para nuestro reencuentro con Dios, para nuestro unión con Dios.
Jesús en la cruz nos redime. Jesús en la cruz nos rescata de la esclavitud del
pecado. Jesús en la cruz perdona nuestras culpas y nos da
la salvación. En este acto de amor tan grande, que Jesús
realiza sin esperar nada a cambio, nuestro agradecimiento debe nacer de nuestra
libertad y amor.
Si Cristo nos ha amado hasta el extremo de darnos
vida, hemos de amarlo poniendo en su servicio todo cuanto somos y tenemos. Por eso, la cruz es una parte esencial de nuestra
identidad como cristianos.
Esa cruz da sentido a nuestra vida y a nuestra
muerte. Hoy, hay la muerte y la cruz. Hoy, hay la veneración de la cruz de Cristo.
Pero, no es toda la historia. Mañana,
viene la resurrección y la vida eterna.
Es el misterio pascual de Cristo.
Es nuestra nueva vida en El.
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