En el evangelio del domingo pasado, Jesús explicó si queremos seguir como
sus discípulos, necesitamos cargar nuestra cruz y renunciar a nosotros mismos. Según Jesús, necesitamos perder nuestra vida
por El y por su Buena Noticia para salvarla.
El evangelio de hoy es estimulante y radical también como el evangelio
del domingo pasado. En su proclamación
del reino de Dios, Jesús anuncia un nuevo orden en el mundo. El explica que tiene una misión para
transformar el mundo, pero en esta misión, el morirá, y resucitará otra
vez. Jesús no quiere adulación – no
quiere alabanzas. Quiere ser nuestro
líder como sirviente. Pero, sus
discípulos no entienden sus palabras. Aun,
durante esta conversación sobre la muerte y la traición de Cristo, los
discípulos argumentan sobre quien está el mas grande. Los discípulos no quieren ser sirvientes –
quieren poder para ellos mismos. Y tenemos
muchas personas en nuestra sociedad como eso.
Hay jugadores en los equipos de deportes, hay políticos y lideres en el
mundo de los negocios que quieren el poder y la fama para ellos mismos, que
quieren lo que es bueno para ellos mismos, y no importa su equipo, sus
ciudadanos, sus empleados.
Como siempre, Jesús tiene paciencia
con sus discípulos. Jesús toma a un niño,
y lo puse en medio de ellos. En Israel,
el niño es la persona mas vulnerable, mas humilde – tiene no poder, no
derechos, no protección. El nos explica
– cuando damos la bienvenida a un niño, damos la bienvenida a Cristo. El niño en el evangelio de hoy es un símbolo
de los humildes en nuestra sociedad de hoy.
Muchas personas quieren el poder, la gloria, y el honor para ellos
mismos, pero Cristo nos da la llamada para ayudar a las persona que no pueden
hablar para ellos mismos – los pobres, los oprimidos, los desposeídos.
Santiago, también, habla sobre el
tratamiento de nuestro prójimo. En su carta, pregunta: “¿De dónde provienen las
luchas y las querellas que hay entre ustedes?” Vienen de nuestra pasión,
nuestro egoísmo, nuestra ambición. En
Dios, tenemos algo muy diferente – tenemos sabiduría, que es pura,
conciliadora, misericordiosa, y benévola. Somos creaturas en la imagen de Dios,
pero esta imagen puede ser oscura con la mancha de nuestros pecados, de
nuestras decisiones mala, de ejemplos malos en nuestra vida. La carta de
Santiago nos da un desafío para reflexionarnos sobre nuestra capacidades para
servir a Dios como sus sirvientes.
Pensando en el mensaje del evangelio de
hoy, podemos reflexionar en la virtud de la humildad. En esta virtud, podemos
descubrir la verdad y la bondad de Dios en nuestra realidad. En Dios, tenemos la llamada de humildad, pero
en una manera sana y integrada. Si, es
bueno para tener la gratitud y la reconocimiento en nuestra vida, pero, en
nuestra espiritualidad, nuestro deseo para tener reconocimiento no debe ser una
parte de nuestro ser y nuestra identidad, porque en nuestro servicio a Dios,
debemos mirar nuestro trabajo y nuestros honores como una manera de vivir
nuestra fe. Si, en nuestra penas y
sufrimientos, en los insultos que recibimos, tenemos la llamada de tener
confianza en Cristo, confianza en nuestro viaje. Nuestros logros no son para satisfacer
nuestros egoísmos y nuestro orgullo, pero en todo que hacemos en nuestra vida,
necesitamos darse cuenta las necesidades de los demás, para tener compasión y
misericordia en nuestra vida.
Con humildad, también tenemos la virtud
de gozo como fruto del evangelio de hoy.
Tenemos la llamada de gozo espiritual como seguidores de Cristo, gozo
muy diferente del placer y la alegría del mundo que no tienen una interacción
con nuestra fe. Durante el argumento del los discípulos sobre los valores
breves del mundo, Jesús tiene el deseo profundo que ellos pueden tener en sus
vidas el gozo impasable que El tiene en su comunión constante con su
Padre. Tenemos este gozo en el amor de Dios, en su
paz, en su voluntad.
Cuando miramos la humildad y el gozo que
tenemos en nuestra fe, es diferente de los valores del mundo. Muchos siglos después de la vida de Cristo en
Israel, su mensaje y la humildad y el gozo que tenemos en El, todavía es un
desafío para nosotros. Pero, si no
tenemos la voluntad de luchar para el significado de nuestra fe, entonces no
tendremos la vida nueva verdadera en Cristo.
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