Wednesday, August 10, 2011

8/14/2011 – homilia - Vigésimo domingo del Tiempo Ordinario – Mateo 15, 21-28

Jesús se fue hacia las fronteras de Israel en el territorio de Tiro y Sidón. En este lugar, Jesús encontró a la mujer cananea. En verdad, los cananeos eran los adversarios más detestados de Israel.  El pueblo de Israel estaba incluido en el papel de Jesucristo para anunciar la palabra de Dios, pero no a los pueblos paganos.  Entonces, el mensaje de Cristo se dirigió a Israel; él no tenía interés en ir más allá de las fronteras israelitas. En verdad, había muchas tensiones y dificultades entre los judíos y las personas del territorio de Tiro y Sidón. Con esta mentalidad, Jesús, por eso, no manifestaba compasión por las súplicas de la mujer cananea en el Evangelio de hoy. Jesús la rechazó con una dureza.  Pero, esta mujer no retiró.  Ella continuaba con sus respuestas y sus súplicas con humildad, con fe y con tenacidad. Esta mujer cananea tenía la creencía profunda que Jesús podía darle lo que ella deseaba para su hija. Jesús miró la fe de esta mujer para curar a su hija.  Jesús no estaba pensando sobre una misión a los paganos, sobre su salvación, en un mensaje solo destinado al pueblo de Israel. Jesús hizo este milgro de curación con la hija de esta mujer en una acción pragmática de su problema.  Para Jesús, la fe de esta mujer tenía un poder y una fuerza más profundo que los prejuicios de Israel.  En los ojos de Dios, la fe y el corazón puro salvan.
La fe es fundamento de todo, es una gracia de Dios, un don de Dios.  Donde hay fe, Jesús actúa. Para esta mujer cananea, y para nosotros como discípulos de Jesucristo, Jesús es la vida y el camino; necesitamos tener confianza en él.  A veces, Jesús no tiene una presencia muy fuerte en nuestras vidas si nos fiamos de él.  A veces, queremos confiar demasiado en otras cosas en nuestra vida.  Mire bien el dialogo que la mujer cananea tenía con Jesús.  Ella tenía muy fijada en su corazón el papel que Jesús tenía en su vida, y ella lo expresó claramente en su dialogo con Él – en sus súplicas, en su confianza, en su adulación, en su tenacidad, en su sinceridad.  Y nosotros, tambien, debemos tener la misma intensidad y humildad en nuestro trato personal con Jesús.  Si podemos tener lo mismo deseo de fe en Él como la mujer cananea, si podemos confiar a Él sin vergüenza ni miedos, podemos tener un milagro en nuestra vida de fe tambien.

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