Hoy, celebramos con la Iglesia universal la Ascensión del Señor, pero, tal vez preguntamos sobre el motivo de esta fiesta. Por supuesto, después de la resurrección de Cristo, los discípulos de nuestro Señor, quisieron tener su presencia visible siempre con nosotros.
Pero, ¿qué significa esta palabra “Ascensión”? No utilizamos esta palabra frecuentemente en las conversaciones diarias. La Ascensión de Jesús no es solo una ascensión física donde él pasa de un espacio a otro espacio. Podemos decir que es una intensificación de la presencia del Señor en nuestra realidad, comprendiendo que él no nos abandona después de la resurrección.
Hoy el Evangelio nos da un resumen sencillo de los grandes misterios de nuestra fe. Dice que el Mesías tenía que morir, que resucitaría al tercer día y que en su nombre, que su mensaje vivirá cuando anunciamos su mensaje a todas las naciones. Su muerte y resurrección consiguieron el perdón de los pecados – son los misterios que celebramos en este tiempo pascual.
Con esta celebración de la Ascensión, tal vez, preguntamos: ¿Dónde está Jesús entonces, en el cielo o en la tierra? La respuesta es sencilla: en el cielo, por supuesto, pero también, dentro de cada uno de nosotros. Es lo mismo que ocurre en la Misa: mientras la hostia está fuera de nosotros, la vemos, la adoramos; cuando la recibimos y comulgamos no la vemos más, ha desaparecido, se ha hecho parte de nosotros para estar ahora dentro de nosotros. Dios no está en los sucesos materiales que suceden en el mundo sino en el corazón de las personas que viven como su discípulos.
La presencia de Dios está hoy en muchos lugares: en su Palabra, en los sacramentos, en la Iglesia, en nuestra comunidad, en los más pobres y débiles del mundo, en sus discípulos, en las acciones de amor y de caridad que hacemos a nuestro prójimo. La Ascensión no es la ausencia de Dios en la tierra o en nuestra vida, sino la presencia intensificada de Dios en nuestra vida diaria.
Todos nosotros, como discípulos de Cristo - los sacerdotes, los miembros de las comunidades religiosas, los diáconos, y todos los laicos también - estamos llamados a ser testigos de la resurrección y ascensión de Jesús. Es la llamada que tenemos hoy y que tenemos cada día en nuestro camino de fe.
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