Monday, May 29, 2017

4 de junio de 2017 – Pentecostés - Hechos de los Apóstoles 2:1-11, Juan 20:19-23, 1 corintios 12:3B-7, 12-13

       Hoy, celebramos Pentecostés, un don para nosotros al fin de nuestra celebración de Pascua. En Pentecostés, como en todo el tiempo pascual, celebramos a Jesucristo resucitado en nuestro mundo. En los domingos de Pascua, hicimos una memoria de la pasión salvadora de Jesucristo y de su resurrección y ascensión a los cielos.  Hoy, en esta celebración gozosa, celebramos la llegada y la obra del Espíritu Santo con nosotros. En verdad, no podemos olvidar que el Espíritu Santo es el Espíritu del Padre y del Hijo.  Con la comunicación del Espíritu Santo en el mundo, podemos reconocer sin duda que la resurrección de Jesucristo es una realidad permanente en nuestra fe.  Entonces, podemos decir que cada día es siempre un día de Pascua de la resurrección de Cristo y siempre el día de Pentecostés.
      El Evangelio de hoy explica que los discípulos estaban en casa con las puertas cerradas por miedo de los judíos.  Con su miedo, la comunidad de los discípulos no ha experimentado todavía el Espíritu de Jesucristo resucitado. Todavía, los discípulos estaban con miedo en el sufrimiento de la pasión y la muerte de Cristo, la pasión y la muerte que para ellos fue también un escándalo.  Vino Jesucristo en esta casa cerrada.  Cuando recibieron la presencia de Cristo resucitado y su Espíritu Santo, se llenaron de paz y gozo – se llenaron con los dones del Espíritu Santo.  Si nosotros somos una comunidad que vivimos y creemos en el Espíritu de la resurrección, no necesitamos tener miedo de nuestro mundo tampoco.  Si – el Espíritu está siempre con nosotros – su gozo y su paz están con nosotros para siempre.
     En esta la cerrada, Cristo exhaló su aliento sobre ellos. En esta respiración de Cristo que tenemos hoy del día de Pentecostés, podemos decir que somos creaciones nuevas de Cristo en la misma manera que la primera creación del mundo recibió la vida cuando “Dios insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Génesis 2, 7).  Por el bautismo, la confirmación y los otros sacramentos de la Iglesia, recibimos el Espíritu Santo y una vida nueva en Cristo.
      En la llegada del Espíritu Santo de Pentecostés, se llenaron todos los discípulos del Espíritu Santo.  El Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús resucitado, viene como un viento muy fuerte, como un fuego radiante.  El Espíritu sopla donde quiere.  Para los discípulos de Cristo, cada día es Pentecostés.  Cada día, tenemos la efusión del Espíritu Santo.  No podemos olvidar que la Eucaristía que celebramos hoy es una acción del Espíritu Santo, que en la Eucaristía, el Espíritu nos alimenta con la Palabra de Dios y con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor.  El Espíritu Santo quiere que podemos vivir en el espíritu de la Eucaristía en nuestra vida en el mundo, para hacer las obras de nuestra fe con nuestros hermanos, para ser testigos del Espíritu con el poder de transformer el mundo.  Hoy, con esta celebración de Pentecostés, podemos dar gracias a Dios en la presencia del Espíritu Santo con nosotros. 

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