Friday, October 21, 2011

10/23/2011 – Homilia – El XXX Domingo de Tiempo Ordinario – Exodo 22, 20-26; Mateo 22, 34-40 –

Las lecturas de hoy nos enseñan sobre el amor de Dios y sobre su ley. En la montaña de Sión, Moisés recibe la ley y los mandamientos de Dios. Dios enseña a su pueblo sobre su conducta a su prójimo. – la viuda, el huérfano, los pobres, el extranjero – las persona en los margenes de la sociedad del mundo antiguo.  Y para nosotros, en nuestro mundo moderno, a veces es dificil para conocer quienes son las personas en los margenes de nuestra sociedad.


Los leyes de Dios y la conducta de los seguidores de Cristo son al centro de nuestro Evangelio.  Los fariseos quieren hacer una prueba a Jesús.  Ellos mandan uno de ellos, un doctor de la Ley, para preguntar a Jesús por el mandamiento más grande de la Ley de Moisés. Los escribas tienen un punto de vista muy rigido de su religión y su espiritualidad.  Ellos contaban que hay 613 mandamientos de la ley, que hay 365 prohibiciones y 248 preceptos.  El fariseo quiere conocer si todos los mandamientos tienen el mismo valor, o si hay algunos mandamientos que son más importantes y otros menos importantes, o si hay uno que es el más importante de todos las leyes.


Según Jesús el más importante de los mandamientos es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma con todo el ser. Y Jesús nos enseña que el segundo mandamiento es semejante: para amar al prójimo como a uno mismo. En realidad, esta enseñanza de Jesucristo no es algo nuevo;  el nos confirma lo que está expresado en el Antiguo Testamento. La actualidad de esta enseñanza es profunda y inmensa: que en la realidad de nuestra fe cristiana, no podemos separarnos del amor a Dios, del amor al nuestro prójimo.  Es una reflexión de la compasión y del amor de nuestro Señor.


Y si Dios es amor, si necesitamos tener el amor de Dios y el amor de nuestro prójimo en nuestra vida, necesitmas practicar las obras de caridad y misericordia en nuestra vida tambien.  Y si hacemos estas obras, podemos abrir las puertas de nuestra vida a Cristo.  Cuando servimos a nuestro prójimo, a los pobres, a los enfermos, a los abandonados, servimos a Jesús mismo. 

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