Hoy, el 23 de enero, la Iglesia católica celebra por tercer año el Domingo de la Palabra de Dios, instituido por el Papa Francisco en 2019 para que se celebre todos los años cada tercer domingo del Tiempo Ordinario. El Santo Padre estableció el Domingo de la Palabra de Dios a través del documento “Aperuit Illis,” en el que el Papa afirma que “tras la conclusión del Jubileo extraordinario de la misericordia, pedí que se pensara en ‘un domingo completamente dedicado a la Palabra de Dios, para comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo.'" Papa Francisco explicó: “Dedicar concretamente un domingo… a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable.”
En Israel, sies siglos antes del nacimiento de Cristo, el Templo fue destruido y el pueblo de Israel fue deportado a Babilonia, dejando solo unos pocos campesinos en Jerusalén. Después de más de 50 años del exilio, se les permitió regresar, aunque para entonces la mayoría de los sobrevivientes habían nacido en Babilonia y nunca antes habían visto Jerusalén. El sacerdote Esdras condujo una caravana a través del desierto, llegando a una ciudad en ruinas. Imagínese lo que aún enfrentamos tratando de continuar con la reconstrucción en la costa después del huracán muy fuerte. Reconstruyeron la ciudad y el Templo, pero el esfuerzo de reconstrucción no fue la historia completa. Desde el amanecer hasta el mediodía, Esdras estaba de pie sobre una plataforma, leyendo e interpretando la palabra de Dios frente a la gran multitud. Había comenzado una nueva época por el pueblo de Israel: un Templo reconstruido para el culto, una ciudad reconstruida para vivir y el redescubrimiento de la Palabra de Dios como la fundación de su religión.
Para los antiguos judíos, especialmente para aquellos que habían regresado del exilio en Babilonia, la palabra de Dios y las leyes de Dios eran vistas no solo como la máxima autoridad, sino como el centro de la vida. La palabra de Dios no era un obstáculo o una restricción, era esencial para la vida misma.
Vemos que la palabra de Dios y la ley de Dios tienen el mismo papel en la comunidad más de 500 años después de Esdras cuando Jesús proclama la palabra de Dios en la sinagoga. Al igual que Esdras regresando a su hogar en Jerusalén después del exilio, Jesús regresó a su tierra natal en Galilea después de ser bautizado y pasar tiempo en oración. Jesús leía del profeta Isaías, escrito durante la época del exilio en Babilonia. Jesús declaraba que el Señor lo ha enviado para llevar la buena nueva a los pobres, para dejar en libertad a los oprimidos, para proclamar un tiempo de gracia del Señor. Tanto Esdras como Jesús trajeron nueva vida a sus comunidades, pero la misión de Jesús es mucho más que inaugurar una nueva época en el plan de salvación de Dios. Jesús proclamaba que ha venido a devolver la vista a los ciegos, lo que también significa entendimiento a los no iluminados. Sin embargo, una gran parte de la historia de los Evangelios es cómo tantas personas rechazaron este nuevo entendimiento que traía Jesús.
Al leer el libro del profeta Isaías al pueblo, Jesús traía la palabra de Dios a esta realidad mientras vivía y cumplía la profecía de Isaías. Si realmente creemos en el mensaje liberador de Jesucristo en la nueva visión y la nueva comprensión que él traía a nuestro mundo: ¿qué diferencia debería hacer eso para nosotros en la vida? Las lecturas este domingo del Evangelio de San Lucas y del libro de Nehemías tienen lugar en la proclamación de la palabra de Dios en nuestra celebración litúrgica. ¿Cómo nos acercamos a la presencia de Dios y la presencia de su palabra cuando vamos a la misa y otras celebraciones en la Iglesia? ¿Venimos con una sensación de asombro, respeto y reverencia, o es solo una de obligación o actividad mundana? Venir a la iglesia debe ser algo especial para nosotros: entrar en este espacio de adoración, escuchar la palabra de Dios proclamada, recibir el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía; todo esto debe tocar nuestros corazones y nuestras almas como ninguna otra cosa en la vida. Debería despertar una sensación de asombro en nuestra vida. Las lecturas este domingo nos dan mucho para reflexionar en cómo nos acercamos a Dios en la vidas y en cómo vemos su presencia en medio de nosotros.
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