El domingo pasado, escuchamos la parábola de la semilla de mostaza del Evangelio de Marcos, una parábola sobre la fe. Hoy, en una continuación del Evangelio de Marcos, escuchamos de Jesús y los discípulos atrapados en una tormenta. También, la fe es el tema de este evangelio. Conocemos mucho sobre el tema de fe en nuestro camino, pero podemos reflexionar sobre la fe en el contexto de este evangelio.
Lo primero que me llama la atención en el Evangelio de hoy es la pregunta que Jesús tenía por sus discípulos: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Quiero contarles una historia de mis experiencias misioneras en Ecuador, y al reflexionar sobre esa experiencia donde yo tenía mucho miedo. Una tarde, acababa de llegar en canoa a la orilla del pueblo en la selva. Había mucha gente caminando por las calles del pueblo y haciendo compras al mercado. Yo llevaba una caja grande de plantas para mi huerto, así que tenía las manos ocupadas y me costaba ver lo que tenía frente a mí. De repente, vi a un pequeño perro gris muy enojado, ladrando y dirigiéndose directamente hacia mí con un grupo de otros perros con él. Estaba muy asustado. Yo sentía un terrible dolor en la pierna y luego sentí la humedad de la sangre por toda mi pierna. Uno de los perros, un pastor alemán, me había mordido en la pierna. Estaba una herida muy grave. Tenía mucho dolor. Sabía que necesitaba ayuda médica inmediatamente, así que corría a la clínica médica a tres cuadras de distancia para limpiar y coser la herida. Yo tenía suerte que el perro no tenía rabia. Pero, este no es el final de mi historia. Desde ese día, yo tenía mucho miedo Teo los perros en el pueblo. Los ataques de estos perros no fueron infrecuentes; fueron aceptados por la gente como parte de la vida allí. Yo evitaba la esquina del mercado donde me habían atacado, incluso yo necesitaba caminar el doble de distancia para llegar a la escuela donde trabajaba todos los días en el pueblo. Finalmente, después de un mes, decidía que necesitaba confrontar mis miedos y caminaba por esta esquina del mercado. ¿Y qué pasaba? Tan pronto como llegaba allí, escuchaba ladridos y v que ese perro gris malvado se dirigía hacia mí. En pánico, yo empezaba a gritar, arrojado mi mochila y saliendo de allí muy rápido. Cuando llegaba a la escuela, les contaba a mis alumnos la historia de lo sucedido y uno de ellos regresaba a buscar mi mochila. Hasta el día de hoy, los ladridos de perros en la calle todavía me aterrorizan. En verdad, hay cosas en la vida que nos aterrorizan. Probablemente, hay cosas en nuestro camino de fe que nos aterrorizan.
Recordamos la historia de cuando Jesús regresó a Nazaret y enseñó en la sinagoga, donde muchos cuestionaron su autoridad, rechazando su mensaje. Ese lectura de San Mateo termina diciendo que Jesús no hizo muchas obras en ese pueblo debido a su falta de fe. Otras veces en el Evangelio, Jesús dice específicamente que es la fe de la persona la que los salva. En el Evangelio de la mujer afligida de hemorragias desde hace doce años que escucharemos el domingo proximo, Jesús le dice: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad” (Marcos 5: 21-43). En las historias del Evangelio, la eficacia de lo que Dios puede hacer en nuestras vidas parece estar directamente relacionada con nuestra fe. Aunque el diccionario dice que la fe es un sustantivo, en el contexto de vivir nuestra fe, la fe es una palabra de acción; la fe es un verbo. Viviendo la fe, no podemos ser pasivos. No debemos esperar a que Dios aparezca. Estamos llamados a buscar Dios activamente para encontrar activamente formas de vivir la fe y crecer en la fe.
Sería ingenuo pensar que la vida de fe no tendrá problemas, que no vamos a pasar por momentos difíciles. Puede ser un desafío mantenernos comprometidos con la fe cuando las cosas van bien; es posible que no sintamos que necesitamos a Dios en esos momentos, sintiéndonos comprometidos con Dios en ese momento. Otras veces, puede ser un desafío mantenernos comprometidos con la fe en momentos de crisis o dolor o sufrimiento, sintiendo que Dios nos ha abandonado. Algunos de nosotros pasamos por tiempos de duda y búsqueda. Sin embargo, Dios siempre nos encuentra en la realidad, cualquiera que sea esa realidad. Dios se acerca a nosotros en la realidad, pero tenemos que volver atrás.
A veces, como los discípulos en ese barco en el Evangelio, podemos temer que nos hundimos en las aguas tormentosas que nos rodean. Podríamos habernos sentido así este año durante la pandemia. Pero, en nuestros miedos y en nuestras debilidades, estamos llamados a ser valientes, estamos llamados a caminar por fe. Ojalá que escuchemos a Jesús llamándonos: “¡No temas! ¡No tengas miedo!"
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